El hombre que no quería a las mujeres…para debatir…. Antonio Campos Romay
“Män som hatar kvinnor”, en traducción literal, “Hombres que odian a las mujeres” del sueco Stieg Larsson nos pasea por las tropelías financieras de una poderosa familia sueca incluyendo su truculento pasado hasta las complejas relaciones de género. Como un personaje de la saga, el Sr. Cañete, candidato popular aspirante a altos destinos en la UE, parece tener algún problema serio en tal sentido. Su pobre papel en el debate con la Sra. Valenciano se debió según su docta valoración a no aplastar con la superioridad intelectual que atesora un varón a una desvalida dama. Damas que el Sr. Cañete estima que, “como el regadío, hay que utilizarlas con mucho cuidado, que le pueden perder a uno».
Este debate evidenció lo insustancial que puede ser un señor que teniendo más de un esqueleto en el armario, nadie se molesta en mostrarlos. No ya como crítica política, sino como ejercicio obligado en pro de la salud pública. Y como una señora a la que sin negarle entusiasmo y empeño, se ve superada por un escenario al que la ha llevado un entrenador ofuscado, en horas bajas, y que en el colmo de la quimera pretende que juegue en dos ligas distintas a un tiempo.
Ocasión malgastada con ausencia de anuncios transcendentes y originales. Con frutos parcos en sabor y con una gastronomía política muy poco condimentada. Es peligrosa la ceguera de cierta clase política ante una realidad cambiante y en ocasiones urgente, así como la tenacidad en el error y el olvido del pasado y el riesgo de repetirlo. Se aferran al amparo de la monarquía impuesta por el caudillo del Movimiento, asidos a un sistema que en su crepúsculo semeja cada vez más una sociedad de socorros mutuos de la que se benefician grupos reducidos, que a sí mismos se prejuzgan como “el país”. Incluso alguna voz que se presume sensata reclama limar, más si cabe, las diferencias que separan a las grandes formaciones políticas. Será en lo anecdótico, pues en lo económico la línea es ya de difícil definición. Bajo el subterfugio de la gran coalición, lo único que se sustancia es un cortafuego ante las graves fisuras que acusa el sistema. Si en una noche se entrega la Constitución a los dictados foráneos, alguien puede no descartar que la ideología pueda desvirtuarse en lo que dura un café.
Debieran los políticos esforzarse en demostrarle al común, que no son meros agentes de aquellos que sacan pecho, y de forma desaforada proclaman su peculiar patriotismo, beligerante y excluyente. Algo que enfatizan cuando el interés real o aparente de España coincide con el suyo. Agitan “la marca España” y al inquilino de La Zarzuela, especialista en satrapías árabes y gran experto en “vender” España, al decir de sus hagiógrafos… Pero si los intereses nacionales y populares entran en colisión con los suyos, todos a una arremeten contra el bien común para que la ciudadanía, doblegada y anulada hinque la cerviz en orden a evitar que la menor erosión recaiga sobre los intocables. Una frase de nuestra reciente historia, “ni está ni se le espera” escenifica a una parte de la clase política cuando toca defender los intereses comunes frente a estos grupos de presión. Nada más lejano del recto proceder de moldear el interés público con el interés nacional.
Ese globo sonda que planea errático sobre algunos despachos, algo que en el presente es poco más allá de un escaso cenáculo de intereses y sometimientos, o apelación a “entente cordiale” subterránea, no deja de ser el reconocimiento tácito del fallo sistémico del régimen. Lo que urge como estado son partidos solventes, regenerados, abonados de virtudes cívicas y realmente alternativos. Con ofertas programáticas rigurosas y con ineludible cumplimiento de las mismas una vez alcancen el respaldo para ejecutarlas. Salvo que la “entente cordiale”, sea una auténtica agenda que contemple la apertura de un periodo constituyente que afronte todos los retos acumulados por acción u omisión en estas tres últimas décadas, estamos ante un nuevo brindis al sol. Y en el dilema, el partido de ¿gobierno?, optará siempre, mientras mantenga su mayoría, por el concepto británico previo a la “entente cordiale”, “el espléndido aislamiento”…
Perfil bajo es una forma comedida de definir esta campaña. Es difícil para una ciudadanía severamente castigada en su economía, en sus derechos y opciones de futuro involucrarse en ella ni con la mejor voluntad, en un voto referido a unas instituciones que siente lejanas y con un notorio déficit democrático. De las que solo percibe la interesada nebulosa en la que se enmarañan decisiones y acuerdos en ocasiones muy difíciles de digerir…Y de la que si algo trasciende, es la poco ejemplarizante conducta de una gran mayoría de los europarlamentarios…
No son precisamente debates planos, encorsetados, tan mustios como un partido de fin de temporada entre equipos por el medio de la tabla cuya única preocupación es cubrir el expediente, lo que contribuye al estímulo. Apenas un guión sin sobresaltos y al gusto de los estados mayores de las formaciones dinásticas. En esta ocasión lo alteró el Sr. Cañete al manifestar con la incontinencia que le caracteriza, que él es un hombre que no quiere a las mujeres…para debatir…Flaco favor a su candidatura pudiera parecer…O no… Mientras se expresa la legitima nausea e indignación ante, cuando poco, tamaña estupidez y desatino, se solapan muchos temas de no menor transcendencia, paro, corrupción, modelo económico, relaciones externas de la UE, relaciones con USA, derechos civiles, criterios de construcción europea, la legitimidad de esa “troika” fantasmagórica y cruel, etc., que el partido que ostenta la mayoría, no tiene el menor interés en poner sobre el tapete. Casi tampoco, como el de la ciudadanía en depositar su voto en la urna. Que por cierto, no hacerlo sería un craso error. La solución sigue siendo más Europa…Pero muy distinta.