
¿Existe el sanchismo?
El sanchismo, como tantos otros sofismas y falacias diversas, no tiene definición, sencillamente porque no existe.
Obedece a una estrategia de propaganda y deshumanización, que fue ensayada con grandísimo éxito por el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán en las décadas de los años veinte y treinta del siglo pasado. Se atribuye al Sr Goebels, aquella famosa máxima de que una mentira repetida, acaba convirtiéndose en una verdad.
Y en estas estamos. Primero se acuña la palabra vacía “sanchismo” y a continuación vamos utilizándola reiteradamente siempre con sentido negativo, hasta que acaba convirtiéndose en un dogma tan vacío como malintencionado.
Seguramente la actuación política del Presidente Sánchez, como la de cualquier responsable público, tiene múltiples facetas en la que es susceptible de crítica legítima; pero es mas barato y eficiente deshumanizar su figura institucional, bautizándola con un epíteto negativo “sanchismo”, para a continuación abundar en el sofisma y hablar de derogarlo de acabar con él, de desahuciarlo etc, etc; si decir una palabra de sus políticas, o enjuiciando las mismas de manera parcial o anecdótica.
A quienes aspiran a que los ciudadanos solo seamos meras comparsas en los procesos electorales y que decidamos nuestro voto en función de odios, de fobias o de rencores, les viene muy bien reducirlo todo a sofismas y proclamas engañosas. Pero la democracia para ser verdadera expresión de la voluntad racional, debería conllevar que la elección ciudadana fuese informada y consciente, algo así como la transparencia e información veraz sobre las intenciones reales y plausibles de los contendientes.
Incluso podríamos llamar a eso simplemente honestidad. Honesto es no ocultar la verdad con sofismas y propaganda engañosa. ¿Qué clase de estado puede arrogarse la superioridad moral para coartar el engaño publicitario en el comercio, cuando la clase dirigente sustenta su supervivencia en la utilización del argumento tramposo y del engaño permanente?
Pero todo hay que decirlo, la libertad es esencial en los sistemas constitucionales y democráticos y la tendencia a la simplificación, conduce a discursos tan vacíos de contenido como estimulantes de las mas bajas pasiones y eso nos lleva al maniqueísmo de buenos y malos, de librepensadores y fascistas, de ateos y dogmáticos, de defensores de la libertad y los partidarios de eliminarla.
Olvidamos que libertad y democracia precisan, de diálogo, de entendimiento, de acuerdo, de empatía y de voluntad de convivencia.
Ni siquiera la mercancía política debería “comprarse” sin información veraz y contrastada. La propaganda engañosa y falaz debería desecharse por defectuosa.
Naturalmente es maravilloso que todos podamos ejercer la libertad, pero sería deseable que nos cuidáramos de los que nos prometen proteger nuestra libertad si los hacemos depositarios de su administración, incluso para arrebatárnosla.
Me entristece que ese sea un riesgo real. Como siempre opinión rebatible con argumentos.