
Antiespañoles?
Durante aquellos cuarenta años, de cuya calificación me abstengo, la identificación de España con la particular visión del poder imperante y sus corifeos, supuso la pervivencia de aquellas dos Españas trágicas y trágicamente enfrentadas que certeramente dibujó el gran poeta.
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.
Quienes ejerciendo su libertad de pensamiento, manifestaban la mas leve disonancia con la liturgia del poder, eran considerados antiespañoles lo que podría suponer serios problemas de sobrevivencia y en el peor de los casos de supervivencia. El silencio temeroso en el interior, la huida al exilio, o la emigración, fueron los recursos de millones de compatriotas que así sobrevivieron y al tiempo fueron fuente de divisas para un régimen precisado de ellas. Algunos cientos de miles, pagaron con su vida, el solo delito de discrepar. Un precio elevadísimo, que bien merecería reconocimiento, pero que les llevo a la muerte, por ser según las élites dominantes “antiespañoles”
Hace cien años, tal vez estaría gestándose el golpe de estado del General Primo de Rivera que llevaría a la dictadura ejercida por él mismo, con la complacencia de Su Majestad D. Alfonso XIII. Curiosa forma de ejercicio del absolutismo con general interpuesto. En aquella dictadura, se gestó la “Unión patriótica” de triste recuerdo que bajo el lema de “religión patria y monarquía” y vocación “apolítica”, definió lo que en el futuro habían de ser las divisas del patriotismo y por ende obligatorias, so pena de ser tachado de antiespañol.
De aquella versión del patriotismo, tan extrema como intolerante, solo dulcificada por el talante epicúreo del dictador sobrevinieron en la década siguiente, los trágicos sucesos que previa guerra civil sangrienta y cruel, desembocaron en cuarenta años de dictadura sin ninguna dulzura. Años de plomo, con un relato impuesto, de una dureza de difícil gestión para quienes por derrotados resultaron en el mejor de los casos, condenados a la categoría de antiespañoles, por pensar de modo diverso, por ser amigos de alguien desafecto o simplemente por estar en el lugar inadecuado en el momento inoportuno.
Los aires de la Europa de postguerra, donde la convivencia se erigió en objetivo identitario, alentaron en la España de las últimas décadas del Siglo XX el espíritu de libertad, pero también de tolerancia un anhelo de romper un largo aislamiento y cauterizar las dolorosas heridas de una guerra ya lejana, heridas renuentes a cicatrizar, por la crueldad y el escarnio con el que el régimen y sus nostálgicos, mantuvieron su particular visión del patriotismo.
La transición, con sus claroscuros y contradicciones, resultó un ejercicio de posibilismo de brillante ejecución por sus protagonistas, pero con incómodos cabos sueltos, trajo consigo libertad, homologación internacional y una dosis de ambición de bienestar, que prometían superar aquella tragedia que pesaba como una losa sobre varias generaciones.
Parecía que cobraba vigencia aquella frase de D. Gregorio, el íntegro y genial maestro de “La lengua de las mariposas”. «Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad«.
Hoy podemos decir, que mas de una generación, han crecido en libertad, pero falta por saber si las raíces de la democracia son suficientemente sólidas para resistir los durísimos embates a los que la someten los promotores de vendavales y saber si D Gregorio tenía razón.
Está claro, que la igualdad de derechos de todas las personas, ya fueren inmigrantes, homosexuales, creyentes diversos o mujeres libres, no solo no despiertan el entusiasmo de los llamados “españoles de bien”, sinó que representan hoy el motivo de anatema, que inspira sus sofismas mas inflamados.
Por fortuna y de momento, con lamentables excepciones, el odio que destilan ciertos mensajes, no alcanza a provocar violencia y solo orienta la voluntad expresada en las urnas, que no es poco. Pero algo se tambalea en el sistema, cuando el guion del debate público, lo delimitan las posiciones extremas y particularmente aquellas que desprecian lo mas valioso del sistema democrático, cual es el complejo entramado de declaraciones de derechos y garantías de los ciudadanos.
Si la defensa de los derechos y garantías democráticas, siguen representando para algunos lo mismo que representaban en su día para la Unión patriótica y parece que si, somos muchos los que sin duda nos sentimos patriotas de una España diferente.
Seamos claros, no somos antiespañoles por mucho que así pretendan calificarnos los partidarios del pensamiento único, (el suyo) solo somos nada mas y nada menos que ciudadanos demócratas que queremos la convivencia, la justicia, la tolerancia y el respeto, respeto también de aquellos que defienden posiciones que no compartimos.
Y eso, mal que les pese, es también ser españoles e incluso “personas de bien” incluso diría yo que es sobre todo, eso. Se puede convivir sin odiar, se puede discrepar con respeto, se puede cooperar en lugar de negarse mutuamente. Todos somos españoles y cada uno desde su posición, puede aportar su grano de arena a la convivencia armónica.
Regresar a hace un siglo, seguro que no es posible; pero tampoco sería deseable.
Me someto a la censura de sus señorías.