
Clara… sentada en un taburete de la cafetería, apuraba un café antes de ir a ejercer de psicóloga en un centro de ayuda a mujeres maltratadas. Llevaba un mes divorciada y dos… viva. Mientras mareaba a una cucharilla dentro de su taza, recordaba aquella tarde que reunió el suficiente valor para pedirle el divorcio a su marido… y él respondió a su demanda “ invitándola” a salir por el balcón. Clara cayó en picado desde un tercer piso, e igual que una bolsa de plástico fue a parar a un contenedor de basura, que amortiguó la caída y le salvó la vida, pero remolcaría una cojera para el resto de sus tacones… Acompañaba su desayuno la ansiedad que masticaba cada día, esperando ver en la esfera de su reloj la fecha del juicio que condenaría a su ex marido por violencia de género. De pronto, el silencio de la cafetería se vio interrumpido por un cliente que pidió al camarero que subiese el volumen del televisor… En la pantalla apareció un hombrecillo insignificante, cuyas gafas, de pasta negra sujetas a una imperiosa nariz griega, parecían sacadas de un disfraz de carnaval. Aquel hombrecillo, que aspiraba a ser presidente del Gobierno, escupía una serie de “medidas” que tomaría, si salía elegido, con lujuriosa insensibilidad: “Un problema con la pareja no es violencia machista. No es violencia de género. Es mejor hablar de violencia intrafamiliar, por ser más representativa… Por eso eliminaré el Ministerio de Igualdad”. Aquel hombrecillo insignificante de ojos de rata albina, tan claros y tan oscuros, negaba la violencia machista, la protegía. Su cinismo y crueldad eran proporcionales al desprecio que demostraba hacia las mil doscientas doce mujeres asesinadas desde el año 2003. Clara, horrorizada, saltó del taburete y salió corriendo, huyendo y “lloriendo”… hacia ningún lugar. En su mente una titilante interrogante roja le preguntaba: “¿quién te protegerá?” Aquella mañana su maldita pierna… dolía más que nunca.
Federico… en un extremo de la barra escuchaba a aquel hombrecillo insignificante, aparatosamente trajeado para dar imagen de credibilidad y pulcritud moral, cuyos ojos mal adiestrados no podían ocultar su cinismo. Detrás de sus buenas maneras ornamentales y hablantes, estaba escondido un lobo hambriento, cuyo intento de aparentar perfección en la pantalla del televisor, era tan desmesurado como su intolerancia. Hacía recuento de “ajustes”, “derogaciones”, “eliminaciones” y “revisiones” que haría en cuanto sus sacro santas posaderas se sentasen en el Gobierno. Derogaría la Ley Trans y trataría otras cuestiones homofóbicas varias: “ No habrá cambio de sexo en la sanidad pública, ni matrimonios y adopciones de homosexuales, porque creo que todo ello va en contra… de la normalidad.” Federico, escritor y editor de un pequeño periódico libre, no podía apartar la vista de la boca del hombrecillo insignificante de las gafas de carnaval, cuyas palabras dibujaban con saliva sobre su lengua… una blanquecina esvástica nazi. Y pensó que las ilusiones que tenían su novio y él de comprarse una casa con jardín, tener un perro, casarse y adoptar un hijo, serían solo un espejismo. Se preguntaba si podría seguir yendo de la mano de su novio por la calle o abrazarlo en público… Federico asió el maletín de su ordenador, se levantó de la silla y salió corriendo. Introdujo la mano en un bolsillo de su pantalón, acarició las llaves de las instalaciones de su periódico, y se preguntó si le permitirían tenerlo abierto mucho más tiempo. Eran dos preguntas… y solo había una respuesta: no.
Wilson… observaba a las doce personas que estaban en la cafetería, y a sus teléfonos móviles, periódicos y ordenadores, que guardaban absoluto silencio inertes sobre las mesas y la barra, mientras ellos pegaban sus ojos y sus oídos a aquella pantalla. Igual que hizo él, cuando el hombrecillo insignificante de gafas de carnaval y esvástica en la lengua, dijo que “ revisaría” el tema de la inmigración, porque el masivo flujo de extranjeros dificultaba el avance de la economía de los ciudadanos de origen. Los rizos afroamericanos de Wilson se alisaron y se pusieron de punta y su brillante piel dorada palideció… Había dejado su país en busca de un lugar donde la democracia le asegurase un futuro para él y su familia. Se preguntaba cuánto tiempo tardarían en enviarlo de vuelta a casa… Cuando terminaron las derogaciones, las negaciones, los ajustes, las medidas, las prohibiciones, las censuras de aquel “ sujeto”, Wilson preguntó si aquello era una broma, un programa cómico… y no halló respuesta. No quedaba nadie en la cafetería, todos habían huido: el obrero que tomaba un bocadillo, el profesor que daba clases en un instituto público, el médico de la Seguridad Social, la estudiante que iba a solicitar una beca para la universidad, el enfermo terminal que cada día tomaba su último café… y esperaba tener una muerte digna, el intelectual, el jubilado, y Bob el perro que desayunaba, cenaba y comía allí todos los días y al que querían quitar la Ley de Bienestar Animal, y todos, todos los demás. Wilson se quitó el delantal y fue tras ellos. Cuando bajaba la persiana de la cafetería… los vio. Los huidos estaban en el parque de enfrente… y desplegaban una enorme pancarta en la que se leía: “No vamos a volver a dormir otra Santa Siesta. Nunca más”.
María Purificación Nogueira Domínguez.
“MI QUERIDA ESPAÑA”
Mi querida España
Esta España viva
Esta España muerta
De tu santa siesta
Ahora te despiertan
Versos de poetas
¿Dónde están tus ojos?
¿Dónde están tus manos?
¿Dónde tu cabeza?
Mi querida España
Esta España nueva
Esta España vieja
De las alas quietas
De las vendas negras
Sobre carne abierta
¿Quién pasó tu hambre?
¿Quién bebió tu sangre
cuando estabas seca?
Evangelina Sobredo Galanes. CECILIA (Madrid 11-10- 1948- Zamora 2-8-1976). “Mi querida España” Abril- 1975 (Versión sin censura).