
El 23 de julio, arrojó como resultado, un rompecabezas diabólico, un híbrido entre jeroglífico y sudoku, cuya resolución, puede resultar como mínimo muy compleja y en todo caso de altísima exigencia para quien se atreva a intentarlo.
El 17 de agosto, segundo acto en el que los actores hubieron de esmerarse para encajar las “matemáticas de estado” y definir la composición de la mesa de la cámara; nada menos que la elección de la llamada “tercera autoridad del estado” y linterna indicativa de la capacidad de los principales contendientes, para aspirar a liderar una mayoría parlamentaria y poder así conformar gobierno.
¿Qué lecturas pueden extraerse del desenlace?
La primera, es la evidencia, de que el Partido Popular que obtuvo la minoría mayoritaria en las elecciones, adolece de la mas mínima capacidad de acercamiento a las organizaciones políticas no centralistas, con la excepción cuasi testimonial de UPN y Coalición Canaria.
La segunda, es que el precio que el PP abonó a VOX en los pactos territoriales, en términos tangibles de ultraliberalismo, ultracatolicismo y acoso a los derechos civiles y sociales, no solo no ha dado resultados, sino que quizás condicionó las potenciales opciones de dialogar con algún grupo nacionalista.
La tercera es que si bien al Partido Socialista Obrero Español, se le abre la expectativa de poder articular una mayoría parlamentaria que permita la elección de presidente del gobierno, la pluralidad de la mayoría electiva resultante y la divergencia de intereses que representa, vaticinan en todo caso, una legislatura de elevadísima tensión
Aparte de lo que se deriva directamente de la conformación de la mesa del Congreso, hay algunas otras cuestiones, que merecen ser consideradas para visualizar el panorama que se avecina.
En primer lugar, la caída importante de VOX y las consecuencias en términos de poder real que esto supuso, algunas ya materializadas. Su ausencia de la mesa, su incapacidad para presentar recursos de inconstitucionalidad etc. Pero a la vez su anclaje previo en gobiernos de ayuntamientos y comunidades, garantizado por el Partido Popular, les permite una capacidad de influencia, que inevitablemente hipoteca cualquier intento de la dirección popular de centrar su acción política. Paradoja esta, que maniata al Partido Popular, a pesar de los intentos nada desdeñables de ofrecer una imagen de desapego en el ámbito estatal entre ambas fuerzas políticas, que con esmero propicia el propio Partido Popular. Asusta un poco, la retórica que nos espera.
Por lo que respecta a la potencial coalición gobernante, tampoco las cosas están fáciles. A algún líder presuntamente socialista de alguna comunidad autónoma, le faltó tiempo, para jugar con el mando a distancia de Waterloo, anticipándose muy aplicado, a los seguros argumentos de los oponentes naturales. Sumar, como grupo, es una incógnita, que solo el tiempo podrá resolver, en la medida en que vaya consolidándose como grupo organizado o emerjan algunas disfunciones, como parecen apuntar las declaraciones de las representantes de Podemos. De los nacionalistas, naturalmente solo cabe esperar que actúen como tales y en consecuencia, dificulten la labor de gobierno, con exigencias ligadas a sus particulares intereses.
En términos de convivencia, sería muy deseable, que las fuerzas estatales, (de derechas o de izquierdas) tuviesen capacidad de interlocución con las fuerzas nacionalistas, que permitieran mitigar el lenguaje “belicista” que tanto contribuye al auge de posiciones extremas nada deseables. En esos mismos términos de convivencia, sería deseable, que pudiese abordarse un pacto por la reforma territorial en un sentido de modernización federalizante y de clarificación de la responsabilidad política de cada institución; pero esto sole es posible con la deseable capacidad de interlocución y acuerdo entre las dos grandes fuerzas estatales; único modo de poder acometer reformas de alcance, con perspectivas de perdurabilidad.
Como sería igualmente deseable, que sin perjuicio de las posiciones legítimas de cada quién, pudiese transitarse hacia un clima de respeto y reconocimiento mutuo, que además de atenuar el tono camorrista y bélico impulsado por los mas extremos, marcaría un camino, que seguro que la mayoría de los ciudadanos agradeceríamos.
Estar a la altura de lo que se espera de un gran país de la Unión Europea, bien merecería un esfuerzo, que ennoblecería sobremanera el quehacer de quienes asumen la grandísima tarea de dirigir sus destinos.
De los resultados del envilecimiento, deberíamos haber tomado buena nota.