INOCENTES… ENTRE EL CENTENO.

“Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente, lo primero que querrán saber es dónde nací, y lo asquerosa que fue mi infancia…”, decía Holden Caulfield en la primera página…

En la cama del hospital, en el que estaba convaleciente de un fallido intento de suicidio, aquel libro era su mejor ansiolítico y , posiblemente, su salvavidas. Tenía veinte años de vida y quince de insultos y desaprobación… desamparo y lágrimas. Ella era la niña voluminosa, antiestética y desastre del colegio, del instituto…y de su familia. Un grupo de ricos y bellos abuelos, padres y hermanos, todos perfectos, excepto ella, cuyo rostro era el paradigma picassiano de un óleo imposible. Tenía un cuerpo enorme, adjetivado por todos de gordo y mal proporcionado, y se lo recordaban todas las horas de todos los días de su maldita vida. No había conocido a nadie que al verla no agrandase los ojos y arquease las cejas para, a continuación, dirigir la mirada hacia otro lado. Algunos, los más crueles, reprimían las carcajadas que pugnaban por salir hasta de sus orejas. El único ser humano que la encontraba atractiva era Botero, y, desgraciadamente, había pasado a peor vida . Así que era una gorda sin lienzo, sin forma ni color… y sin autor.

El mundo era un escaparate lleno de maniquíes que consideraban un delito no ser perfecto física y monetariamente. Un mundo que basaba su existencia en alcanzar el éxito. Y este comenzaba por tener un físico deslumbrante y continuaba por hacer uso de él, para conseguir aceptación social y poder económico. Cualquier ser bello podía lograr triunfar, aunque tuviese que engañar o robar… todo valía. En menor medida se valoraba el intelecto y su desarrollo, el esfuerzo… y la benevolencia. Cuando ella despertó en la cama de aquel hospital, comprendió que tenía una segunda oportunidad para encontrar la paz y la felicidad que siempre le habían sido negadas. Y, tras leer aquel libro, descubrió su propósito vital: ayudar a los niños y niñas que sufrían en la infancia, para que en la adolescencia fuesen libres, fuertes y felices, para que se alejasen de la maldad y la violencia de aquella sociedad enferma. Había relegado su aspecto físico, el que todos tildaban de “ grotesco”, a un último puesto. Solo tenía una preocupación: evitar que los niños y niñas pasasen por el infierno en el que ella había transitado. No podría acabar con las injusticias y la sordidez… pero sí podía gritarla, sí podía hacerla visible, documentarla y darla a conocer a todo el mundo. Y… así fue como su nueva vida, lejos de gordofobias, la convirtió en corresponsal y fotógrafa… de la maldad. Ella sería la voz, el grito, de los niños y niñas víctimas de la crueldad humana. Y… viajó por todo el mundo. Y… guardó en su cámara y su teclado todas las barbaries, todas las espeluznantes vejaciones de que eran objeto los pequeños. Y… tenía la esperanza de que el mundo, al conocerlo, pusiese fin a todo ello… 

Más de un millón de menores de diecisiete años… trabajaban como esclavos en yacimientos de todo el mundo, la gran mayoría  en las minas de coltán, cobalto y cobre. Aquel trabajo de opresión servía para fabricar teléfonos móviles, tablets y ordenadores… y enriquecer a los explotadores. La mayoría de aquellos niños no iban a la escuela y con su miseria laboral ayudaban al sustento de sus familias que vivían en la más absoluta indigencia. Otros muchos niños, en cantidades escandalosas, eran utilizados en la confección de prendas de ropa y calzado. Los hacinaban en “ talleres” clandestinos sin ventilación, sin las mínimas condiciones de salubridad, y les pagaban, en cantidades escandalosas, con avaricia y ruindad. El maltrato laboral de aquellos niños era… escandalosamente gigantesco, y proporcional a las ganancias de los empresarios millonarios, que carecían de ningún sentimiento de culpabilidad. Pero… la peor forma de maltrato infantil era la trata de niños, en cuya cima de abominación estaba la explotación de niñas, que, entre ocho y catorce años, eran ofrecidas a hombres, con gran capacidad económica, para ser víctimas de sus abusos sexuales. Otras niñas eran obligadas a contraer matrimonio con hombres muy ancianos, y otras utilizadas en la mendicidad y adopciones ilegales. Los niños eran presa de los “ empresarios”  de fabricación y venta de sustancias tóxicas, o eran reclutados y enrolados en ejércitos de terroristas y sicarios, guerreritos diminutos entrenados para delinquir y asesinar. Muchos de aquellos niños y niñas, cuando ya no “ servían” para el “ trabajo” que les tenían asignado, por el desgaste físico y emocional,o por consumo de alcohol y drogas, cuando no podían más… eran carne para el tráfico de órganos. Así de horrible era el campo en el que corrían los niños pobres.

En los países del “ primer mundo”… los niños y niñas, desde la más tierna infancia, sufrían otro tipo de esclavitud: el consumo y la alineación. En cada película de animación les ofrecían el doble de minutos de publicidad que de contenido: muñecos, comestibles obesógenos, revistas, cromos, y todo tipo de compras para ser el héroe o la heroína de los films de moda … La meta era hacer de ellos consumidores compulsivos y seres maravillosamente perfectos, unos triunfadores, cuyo éxito radicaría en el físico y el puesto de trabajo y el dinero que obtuviesen para comprar, comprar… aunque para conseguirlo tuviesen que entregar su teléfono móvil al Diablo. Primero los engordaban con refrescos y comida basura, y después, a la salida de todo tinglado de comida veneno para niños, les instalaban un gimnasio, para que en la adolescencia perdieran peso y se pudiesen meter dentro de una talla 36 o 38 y no convertirse en un  “rarito obeso”… un fracasado.  Ni valores morales, ni ética, ni sociabilidad. Era el yo y yo, todo frivolidad y usura: una  enorme fábrica de ególatras narcisistas sin escrúpulos. Y todos los niños y niñas diferentes, por su estatus económico, por su físico, por su etnia o por sus ideales, eran señalados, acosados y destruidos. Los gallitos de patio de colegio e instituto, los subidores de vídeos y fotos a las redes sociales, los bullyingneros… hacían imposible su vida. Así de horrible era el campo en el que corrían los niños ricos.

Aquel libro que le salvó la vida… quizá pudiese salvar la infancia y adolescencia de todos aquellos niños y niñas que sufrían, en sus pequeños cuerpos y mentes, la mediocridad y la degeneración de los adultos. Ella sería la guardiana entre el centeno… y cuidaría de ellos.

Cuando el mundo se unió para acabar con el genocidio judío, perpetrado por Hitler y sus hordas nazis, habían muerto asesinados millones de judíos. ¿Cuántos millones de niños y niñas tienen que sufrir esclavitud, ser vejados… ser asesinados, para que el mundo reaccione e intervenga?… ¿Cuántos ?

“Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiecen a correr entre el centeno, sin mirar adonde van, yo salgo de este y los salvo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo” (El Guardian entre el centeno. J. D. Salinger). 

María Purificación Nogueira Domínguez.

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