EL DESAMOR EN TIEMPOS DE CÓLERA

Antonio Campos Romay*

Un mundo hostil, colérico, en proceso acelerado de un cambio donde lo que se avizora es un progresivo menoscabo de derechos acompañado de una  brecha insalvable que separa económica, intelectual y socialmente a los seres que lo habitan. De forma dramática se ahonda creando espacios divergentes. En uno crece la desesperanza y la baja estima, (una gran mayoría). En el otro, prosperan elites endogámicas, con puestos estratégicos en la sociedad, la economía, la justicia, la comunicación o la política convertida en ariete de sus intereses. Encastillados en su soberbia, su peculio y capitalismo montaraz, se divorcian de cualquier conciencia social. 

Tomás Moro a mediados del siglo XVI acuñó la utopía, como convicción moral de la posibilidad de crear una sociedad mas justa capaz de erradicar sus peores lacras.  Seis siglos más tarde el riesgo es deslizarse por su antonimia, la distopía, alejando la posibilidad de una sociedad ideal. La distopía  es la dehumanización, el autoritarismo, el declive de la sociedad con la inestimable ayuda de guerras, crisis ecológicas o reiteración de desastres humanos. Algo que es posible escrutar en muchas de las paginas  del primer tercio del siglo XXI.  

El acento literario con inquietante augurio lo pusieron en sus novelas , Orwel (1984) , Huxley (Un mundo feliz) o Bradbur (Farenhait 451).  Naciendo como ficción, semejan  profecía sorprendente. 

Nos dice Albert Camus en su novela “La peste”,  “Pensaba que un mundo sin amor es un mundo muerto, y que llega un momento en que se cansa uno de la prisión, del trabajo y del valor, y no exige más que el rostro de un ser y el hechizo de la ternura en el corazón”. Invoca Camus “el hechizo de la ternura”  como asidero desesperado de los seres que pululan una sociedad victima del desamor. Donde frente al amor se instala el odio de la mano del egoísmo, los fundamentalismos, la mezquindad,  y los suprarrealismos.

La sociedad amenaza convertirse en un páramo, agostadas las flores que la ornan. Amor, bondad, compasión, solidaridad, justicia social… Se propicia la indiferencia o el odio mas cruel hacia vecinos que dejan de serlos por rayas trazadas con sangre que llaman fronteras, el producto mas elaborado del nacionalismo. El expolio, el atropello salvaje de los seres humanos, el genocidio, la corrupción endémica, el cortejo siniestro de hambre, miseria y muerte, resbalan sobre corazones acorchados, como gotas de agua sobre el vidrio.

Una sociedad que construye su nueva secuencia alojada en la espiral del individualismo mas feroz, en la que vencedor es  termino de distinción aunque en ello no acumule siempre  la  mayor calidad o conocimiento. Que auspicia un individualismo selectivo, insolidario, egocéntrico, opacando el humanismo y el valor de lo colectivo. Se desmonta una pieza clave de la convivencia, la solidaridad. Se trastoca la concepción basada en seres humanos iguales y libres que tienen como eje al hombre y la mujer en un proyecto transversal, por un ordenamiento vertical de cúpulas poderosas sobre tristes figurantes esclavizados al servicio de sus utilidades. 

El desamor de los seres humanos brilla cruel cuando titubea en llamar genocidio y crímenes de guerra a lo que sucede en Ucrania. A la matanza indiscriminada en Gazza, donde se cumplen las más salvajes fantasías criminales de los nazis. En toda África, que se desangra debidamente surtida de armas por las “potencias democráticas y civilizadas”. Guerras olvidadas, donde la codicia foránea de sus recursos naturales justifica el holocausto de un continente. En cualquier lugar.

El desamor de los humanos afecta las voluntades individuales y la rectitud de su sentido. Es desolador percibir el abotargamiento y el frágil dolor emocional ante tanta infamia diluida por la sensación de ajena y lejana. Aferrados a ello pareciera hacernos fuertes, cuando realmente, no es sino el éxito de quienes manipulan las conciencias creando seres despreciables.

Lleva mucho tiempo comprender que solo la solidaridad, la generosidad social y los valores  cívicos enfrentados a los seres logreros, la practica del amor entre seres humanos mas allá de razas, áreas geográficas, religiones o ideologías, merecen  dedicación pedagógica. esfuerzo y tiempo. Que es el gran reto de la Humanidad. Especialmente cuando la contrapartida es un mundo distópico, inhóspito y cruel. Carente de componentes relacionados con el amor y el humanismo. Que relega al ser humano a autómatas que vagan vacíos por el Callejón de las Almas  Perdidas.

*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.

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