
A propósito de la reciente necesidad “regeneradora” manifestada por el Sr jefe del gobierno de España D. Pedro Sánchez Pérez-Castejón, cabría preguntarse si como afirman sus adversarios, se trata pura y simplemente de una maniobra de supervivencia política o de algún otro tipo, o si en realidad tal necesidad, responde a una necesidad objetiva interesante para la ciudadanía en su conjunto, mas allá del conocido como teatro político.
Cabe pues la pregunta lógica de que es lo que hay que regenerar, porque se supone que previamente se ha degradado, corrompido, degenerado o pervertido, tanto como para resultar inútil o perjudicial para su función natural, de modo que necesita reconducirse, arreglarse o reformarse, para volver a ser funcional y responder a su naturaleza moral aceptable.
La respuesta intuitiva del observador, sería, que en términos generales, la ciudadanía de España, tiene una convivencia aceptable, no se observan conflictos sociales graves que hagan temer por la ruptura de tal convivencia o por un estallido social y las relaciones sociales y ciudadanas en general, están dentro de lo que podemos considerar normal o saludable.
Es justo en la imagen de la percepción publica de las relaciones entre responsables institucionales y representativos, donde la degeneración es palpable, manifiesta y visiblemente interesada, tal vez incentivada por cálculos electoralistas siempre inciertos. Podríamos decir sin temor a equivocarnos, que estamos ante una perversión del debate político, en el que los argumentos de persuasión, se sustituyen interesada y voluntariamente por sofismas, afirmaciones falsas, enfrentamientos personales o abuso de las instituciones y las leyes, no movidos por el interés de resolver las cuestiones de interés ciudadano, sino de mostrar una falsa apariencia que pueda resultar electoralmente valorable, por mas que desincentive la afección por los valores de convivencia.
Cabe decir que no es la primera vez en la historia de España, que la idea de regeneración trata de abrirse paso. La generación del 98, desde los ámbitos literarios, científicos y políticos, abanderó la idea de una regeneración, en un momento en que el pesimismo provocado por la pérdida de las colonias, hacía necesario construir un nuevo entramado ideológico que diera continuidad a una idea de patria, que había quedado obsoleta y ya no podía soportar el sentimiento ciudadano de pertenencia.
Por aquel entonces, hombres de la talla de D. Joaquín Costa propugnaron la idea regeneracionista, basando sus propuestas en valores manifiestamente nutridos del republicanismo normativo, consolidación del estado de derecho, predominio de la ley, potenciación del valor cívico de ciudadanía, acercamiento a la idea de pertenencia a Europa como modelo, etc. Sintetizándolo en el lema “Escuela y despensa” D. Joaquín Costa dedicó su vida a la difusión de las ideas regeneracionistas y modernizadoras, frente a una monarquía renuente y a una ciudadanía mayoritariamente agraria no sobrada seguramente ni de escuela ni de despensa dicho esto último en el sentido amplio.
Honestamente, creo que la idea de regeneracionismo, no solo en España, sinó en el mundo, cobra perfecto sentido, en el contexto descrito; pero al igual que a finales del Siglo XIX, su impulso no es tan fácil como su enunciado.Porque si bien es cierto, que el lema “Escuela y despensa”, cobra perfecto sentido para estimular el concepto de ciudadanía, mucho me temo que circunscrito a la élite política, carece de sentido, porque se les supone suficientemente instruidos y alimentados, como para que sus incentivos sean otros bien distintos.
La reflexión sincera o interesada del Sr. Jefe de Gobierno de España, tiene en cualquier caso sentido, porque enuncia un problema real, pero quizás requiere de algo mas que de una definición solemne, para ser de utilidad a la ciudadanía. De hecho a esta, se le traslada un problema, cuya resolución debería comenzar por un cambio de actitud de quienes alimentan la trifulca como modo de relación pública, por considerarla electoralmente rentable.
Cierto que algunos instrumentos, como tabloides y publicaciones panfletarias, no son ejemplarizantes, pero si su valor consiste en ser instrumentos pseudodelictivos incentivados por una parte de las élites para construir su discurso, es en la actitud de esas élites, donde hay que buscar la solución. En todo caso, es arriesgado el debate sobre la libertad de expresión y comunicación, cuando los argumentos sobre el control mas allá de la autoregulación, son intercambiables entre los contendientes, según estén en el gobierno y la oposición.
La otra gran cuestión, que es la utilización torticera de las instituciones jurídico-procesales, es mas compleja si cabe, porque se entremezclan varias cuestiones: El desencuentro en la renovación del órgano de gobierno del Poder judicial (que no es poder judicial), la actuación extravagante de unos pocos jueces excesivamente influidos por sus creencias, que les lleva a un uso perverso de su poder (este si es poder judicial) y las posibilidades de la acción popular que usada de modo fraudulento, es demoledora, porque solo es corregible mediante las garantías del propio proceso, en via de recurso, que por la lentitud del sistema, deviene inútil a los efectos de justicia efectiva. Mezclarlo todo es peligroso y tergiversa un debate, que por su trascendencia, bien requeriría de sosiego y de rigor.
El círculo infernal de la acusación mutua y de la negación, deslegitimacion, deshumanizacion y destruccion del adversario, seguramente es difícil de abandonar, pero si uno de los interlocutores se plantea el rigor necesario para reconducir el debate a los contenidos adecuados a los requerimientos de la sociedad y huye de las provocaciones que pretenden marcar un escenario de debate ficticio, se habra dado un gran paso para romper ese círculo, o lo que es lo mismo, dejar de alimentarlo.
Apelar a la templanza como virtud republicana y al ejemplo pedagógico deseable, desde el gobierno de la “res pública”, tal vez es como un clamor en el desierto, pero no se me ocurre mejor idea que “escuela y despensa” en el mas amplio sentido para la ciudadanía y “virtud republicana” para los servidores públicos.
Seguramente de ese modo, algo podría regenerarse. Pero ello supone la renuncia al hipotético incentivo electoral que representa la defensa de contravalores como el odio, la insidia o la codicia.
El resquicio para la esperanza, me temo que no es demasiado amplio.
Jesús Penedo