Noche de horror en París
Francia sufre desde ayer el dolor y la conmoción de un nuevo golpe asestado por el terrorismo yihadista, que ha cumplido sus amenazas asesinando indiscriminadamente a más de cien de personas en distintos establecimientos y zonas de París. Ante un hecho de estas características solo cabe, en primer término, trasladar el sentimiento solidario a las víctimas y sus familiares, haciéndolo extensivo, cómo no, al pueblo francés, en general. En segundo lugar expresar la rabia y condena más enérgica con el deseo de que los autores de esta barbarie reciban el castigo merecido y que estos hechos no vuelvan a repetirse.
No obstante, no ha de darse la espalda a la realidad. El peligro de las acciones suicidas en cualquier momento y lugar está presente. El yihadismo está dispuesto a convertir en un polvorín a todos aquellos países que consideran sus enemigos, odio, rencor y fanatismo del que han dado ya viles y dramáticas pruebas. En el caso de la propia nación gala recordaremos de manera especial el atentado del Charlie Hebdo. Atrás quedan, entre otros, Torres Gemelas, Madrid y Londres.
Los comandos del fundamentalismo islámico han actuado de un tiempo a esta parte sobre tres continentes, pero Europa está en su punto de mira. Ya nadie se siente seguro y los altos niveles de alerta decretados así lo confirman. Es obvio que una parte del ejército del EI se nutre de voluntarios nacidos en Europa, que tienen una quinta columna dispuesta a intervenir en las calles y a morir matando. Llegados a este punto, resulta inevitable pensar en el «comando de las Azores» capitaneado por Bush, que bajo el pretexto cerril, a sabiendas de que era falso, de que Irak poseía armas de destrucción masiva, han encendido inútilmente la llama de la reacción y la venganza. Estos errores también deben/debieran de pagarse.