Rosalía Ajamil Sánchez
En el camino del olvido,
por el sendero de las cruces,
allende dónde mueren olivos,
yacieron sus sueños de luces
sepultados por sus virtudes.
Aurelia soñaba despierta,
con la mente siempre abierta.
Curiosa, su historia incierta.
Por su nombre de romana, marcada
en el pueblo diseño su anfiteatro
su único hogar, la palabra y el teatro,
por su fama de gitana, hostigada.
Del niño moreno
del crío risueño
Aurelia se adueña;
de noche y de día,
con Aurelia sueña.
Sueños de escenarios y rojos telones,
su música el eco del campanario,
los trigales se convierten en salones
espectadores, olivos centenarios,
trajes de seda, vestidos con amapolas,
con collares de aceitunas, a solas.
Y embobado que la mira un chiquillo
muy callado, la siente el muchacho,
quisiera ser él su trigo y su macho,
con ramas de olivo hacerle su anillo.
Ella en la era le pinta las escenas,
de las obras teatrales que ver quisiera,
sabe el niño que quiere ser mecenas,
el muchacho calla, porqué la desea.
A la caída de la tarde,
cuando el firmamento se tiñe
cuando el astro ya arde,
y la luz del día destiñe
Aurelia le lee novelas.
Callado, siente el poema,
triste, siente la pena;
de la vida que ella anhela
historias, de las que se cela.
A la sombra de la higuera
cuando el sol aún calienta
con las llamas de la hoguera,
a lo lejos la tormenta,
ella le lee, y vuela fuera.
Mudo, el niño moreno,
siente el grito del trueno,
enterrada en su pueblo,
quisiera ser su dueño.
Sueña Aurelia, cantos de sirenas
que el viento le trae a la sierra,
cada brisa, de su tierra la destierra
y en su faz la siente serena,
alejada de la feligresía;
quedo y lleno de rubor, la mira;
en su sonrisa, le lee su fantasía
en la higuera, la mira y admira
de su pecho, brotará la poesía.
En la sierra siembran rencillas,
los hombres de pocas luces,
sin soleas ni quintillas,
la joven ilusa, no humilla
no quiere a sus pretendientes
y su honra así… mancilla.
Llegan de cortijos pudientes
pero con ella, no conversan,
sólo, de sus besos pendientes,
con sus ojos, la atraviesan.
Ella mira a aquél niño
y le dedica sus guiños,
cuando llegue la luna
montarán los dos un guiñol.
No quiere oro y fortuna
ni visitas inoportunas.
Y el niño que la mira
siente su corazón
y versos le suspira.
Y valiente le hace un poema
sobre rosas y azaleas,
con lágrimas en la mejilla;
Aurelia sueña zarzuelas,
Aurelia es otra chiquilla,
Aurelia sueña que vuela.
Encerrada en un cortijo,
solo el niño es su cobijo.
El niño ha pecado,
se ha enamorado.
Y en el deseo ingenuo del adolescente
turbado por un pensamiento obsceno,
se vuelve el pensamiento su veneno
el temor a pecar con cuerpo y mente.
El niño quería ser tramoyista,
convertir su patio en platea,
que cuando salga la luna la vea,
ser candilejas, y su artista.
Entre las bambalinas escondido,
él sabe que Aurelia es la más bella
quiere ser su astro, ella su estrella,
un adolescente se siente perdido.
Ya no quiere ser tramoyista,
tampoco quiere ser director,
quiere besar sus labios, su amor
de sus novelas, protagonista.
Quiere ser su vestido y su amante,
el perfume de su nuca en la mañana,
la sábana que le cubre y le tapa,
en su lóbulo brillar como el diamante;
de su pelo quiere ser la diadema,
ser su anillo y, de sus dedos, guante.
El niño calla
no dice nada
el niño siente
muchacho ardiente
el niño calla
porque la ama,
niño inocente.
La depredadora vieja se mofa,
ella conoce bien la cuneta,
como culminó la estrofa,
el silbido tiro de la saeta.
En su vida hubo teatro,
Aurelia le hizo poeta
y en aquel pueblo serrano
sus poemas se ocultaron,
el amor, a un primo hermano
nunca…, se lo perdonaron.
Y al olvido del olivo
tañen campanas a muertos,
de un niño siempre vivo
perdido tras un olivo.
Con la muerte hizo un pacto
pero luego, se olvidó,
al llegar al primer acto
al crío se lo cobró.
Le prometió su mejor poema
por romper lazos de sangre
le juró sus mil poesías
si a Aurelia, la poseía;
y la vieja paso hambre
él a Aurelia no quería,
hambriento por otras voces,
seducido ya, por hombres
inducido por su gloria.
No hubo misericordia.
Se oyó el eco del silbido,
cuando la luna ya acecha,
se cobra la sombra negra,
murió por no haber cumplido,
con el pacto prometido.
Dejó caer el telón
perdió la inocencia,
su pasión por Aurelia,
la fuente de sus poemas.
Y Aurelia, despechada y dolida
convocó una noche a la muerte,
orate por un amor inocente,
ida, sin mente, resentida.
Y en un pueblo de la Sierra,
no dan sombras las higueras
ni aceitunas los olivos
ni prenden fuego las hogueras
los muertos, permanecen vivos.
Aurelia, lo enamoró
y el capullo, se hizo flor
y de ella, se olvidó;
el niño se hizo varón
sus sueños se los robó
y perdida su pasión,
sola en el pueblo quedó
y a la muerte convocó.
En el paisaje la niebla
en todos los cruces, cruces
que lloran a los andaluces,
por las noches de tinieblas,
que apagaron sus luces.
En el camino de los olivos,
por el sendero de la sierra,
caminan dos muertos vivos,
son cenizas de su tierra;
soñaron que fueron divos,
les llamaron pervertidos,
esa tierra que les destierra
por soñar con sus latidos.
Una mujer y un niño
en sierras de casas blancas
vestidos de negros lutos
perdieron su cariño.
Con sus almas de gitanos
nunca fueron fracasados
fueron primos hermanos;
la musa del poeta
soltera y majareta
vestida de amapola
con su linda mariquita
diva, pasea muy sola,
esquivando los maridos,
dicen que sus partidos:
En su pelo la corona
de una virgen, sin patrona
Aurelia sueña en la sierra,
con su niño tramoyista
el que le robó su sueño
ser poeta y artista.