ARMARIOS DE … HORMIGÓN.-María Purificación Nogueira Domínguez

María tenía siete años… cuando sus infantiles ojos se iluminaron con los de él. Aquel niño tenía la cara igual que los ángeles de las estampitas de su abuela. Tenía el pelo rubio níveo, y tan largo que unos traviesos tirabuzones se deslizaban sobre su frente, y él, elegantemente, los apartaba de sus preciosos ojos azules… Azules como el agua y el cielo de la playa en el mes de Agosto. Aquel ángel era su compañero de pupitre, se llamaba Jesusín… y María, en ese instante, se enamoró de él.

Y… pasaron los días, los cursos escolares… y María empezó a entender que Jesusín, nunca la amaría del mismo modo que lo hacía ella, pero, pese a todo, nunca dejó de quererle, ni de ser su mejor… y única amiga. Jesusín no tenía amigos en el colegio, ni pandilla en la calle. No le gustaba el fútbol, y los niños pensaban que era poco “macho”. Lloraba cuando diseccionaban una rana o aplastaban una mosca contra el cristal de la ventana, y pensaban que era demasiado flojo… Le llamaban “ Florecilla”. Y, María no tenía amigas para siempre, y nunca dibujó un corazón en su carpeta escolar… porque dedicaba todo su tiempo a proteger y mimar … la soledad de Jesusín.

Ambos compartían sus sueños, sus alegrías, sus tristezas… todo. María era una entusiasta de la Astronomía, y enseñaba a Jesusín los nombres de las estrellas: Sirius, Alfa Centauri, Vega… y Jesusín se los cambiaba: James Dean, Oscar Wilde, Lorca… Después de sus clases, Jesusín se iba a casa de María, y allí estudiaban y saqueaban el armario de su madre. Jesusín disfrutaba de los vestidos, tacones, pendientes… y del espejo. Y María disfrutaba mirando en sus ojos, la alegría que le proporcionaba cada brochazo de maquillaje y los diferentes tonos de las barras de labios. María sabía que lo hacía tremendamente feliz… aunque fuera de aquella habitación, de aquel armario, de aquel espejo, y de aquella alegría, nadie tenía que saber nada, porque, Jesusín, no quería que lo señalasen, lo odiasen… más de lo que ya lo hacían.

Ni en el colegio, ni en la calle, ni en su entorno familiar… nadie, nadie tenía que saber nada… aquel era su “ secreto”.

Y… siguieron pasando los días… ambos tenían dieciocho años… María seguía velando la soledad de Jesusín, la suya propia… y la clandestinidad de ambos. Pero… al llegar el Carnaval, se acababa esconderse, y Jesusín salía a la calle adornado con los vestidos más femeninos y los tacones más bonitos, que se agenciaba en el armario de la madre de María. Y coronaba su pelo con flores y cintas de colores, y maquillaba su majestuosa cara y sus labios, igual que si fuese una reina ¡Estaba tan bello!

Pero… un mal día… los padres de Jesusín tuvieron que cambiar de ciudad… y Jesusín se fue. Después de tres cartas, y dos “ te echo de menos” de cabina telefónica, María no volvió a saber nada más de él.

Habían pasado diez años desde que Jesusín desapareció. María cumplía 28 años… había dedicado su infancia de juegos y su adolescencia de romances y amigas, a Jesusín… y seguía soltera… sola.

María caminaba por aquella larga avenida… y, de pronto, vio venir de frente a un hombre muy alto, de pelo largo casi blanco, tan elegante y atractivo que pensó que Brad Pitt, había escapado de una escena de “Leyendas de Pasión” para pasear por allí. A su lado iba una preciosa mujer, mucho más joven, que arrastraba un cochecito de bebé. Entonces, María comenzó a correr… a correr en dirección a la pareja. Cuando llegó a la altura del hombre se abalanzó sobre su pecho y lo abrazo: ¡ Jesusín… eres tú, eres tú! El hombre la apartó con delicadeza, y una tenue sonrisa se acomodó en sus labios: ¡Sí, María… soy Jesús! El tono de Jesusín era de absoluta frialdad, no había ni un ápice de alegría en sus ojos, sino de desconfianza y de miedo… miedo a que María le contase a su esposa… que Jesús era Jesusín.

María se despidió en silencio, sujetando las lágrimas que empujaban para salir de sus ojos. Y Jesús… dijo adiós con una mano… y siguió en su papel de buen esposo y padre, de triunfador, y de grata persona. Pero… María pudo ver en sus ojos un rictus de muerte a la alegría, y en su preciosa cara la derrota trepaba por sus rizos blancos, que Jesús apartaba con tremenda… frustración. Jesús construyó delante de su armario un muro de hormigón, y encerró dentro a Jesusín, que murió porque le faltaba… la respiración.

María miró al cielo y pensó que Jesusín estaría allí… con Oscar Wilde, James Dean, Lorca… y sollozó: ¡Espérame, Jesusín… espérame en la estrella del sur… iré descalza, con los tacones en la mano… para que te los pongas tú!

 

Acerca de Contraposición

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