Tal vez los acuerdos sobre calendarios son los más complejos que ha ido adoptando la humanidad. Así, la rectificación del calendario juliano para alcanzar el mal llamado “calendario común”, precisó de dos etapas separadas entre si 170 años. Primeramente se suprimieron 10 días de octubre/1582 en los países que obedecían al papa Gregorio XIII, lo que entre otras consecuencias causó que la onomástica Teresa sea el 15/octubre, en lugar del 5/octubre. En un segundo paso, los países que aún mantenían el calendario de Julio Cesar suprimieron 11 días en septiem-bre/1752, logrando otro minúsculo mes que actualmente, presentado con la orden cal 9 1752 en la terminal de un ordenador, sigue asombrando. Aún hoy se perciben sus consecuencias, como que el año fiscal en el Reino Unido «comienza el día 6 de abril y termina el 5 de abril siguiente», dado que también en esos territorios el año 1800 fue su primer año centenario no bisiesto.
Pero mucho más perturbadores son los cambios que se refieren a los horarios, tal vez por el carácter «desasosegante de los relojes». Cuando hasta desconocemos que la palabra siesta proviene de la hora sexta y todavía se habla de “husos horarios”, acaba de desatarse la polémica sobre una posible unificación de las horas de verano y de invierno. En vísperas del cambio de hora, anunciado casi como el último que se realizará, debería difundirse cuales serían los horarios de luz solar si se fijase la hora de verano durante todo el año.
*José María Barja Pérez, ex rector de la UDC