Me gustaría viajar por las orillas del tiempo, sustraerme a la absorbente y torrencial corriente de la historia, pero el devenir de la existencia es tan inexorable como incierto y uno ha de aprender a navegar y a ser náufrago en aguas turbulentas.
Con todo, a uno le resulta particularmente difícil e incómodo, habituarse a la supervivencia en determinados medios, por su acidez corrosiva que en ellos se cultiva y se expande, haciéndolos difícilmente habitables.
No deja de causar profunda tristeza, que un siglo después de finalizada la Primera gran guerra, de la que quedaron secuelas de vencedores y vencidos y el huevo de la serpiente que no tardaría en eclosionar y en sumergir al mundo en la Segunda, con sus devastadoras consecuencias.
De aquella tragedia, sin embargo, emergieron algunas enseñanzas que parecían alumbrar esperanzas. La Sociedad de Naciones, el germen de la actual ONU, era la expresión de la convicción general de la preferencia por la composición pacífica de la resolución de conflictos y la indeseabilidad de la guerra. Otro tanto cabría decir del nacimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), precursora primero de otras comunidades y finalmente de la actual Unión Europea. También aquí pesó el dolor de la guerra y el triunfo al menos aparente de la preferencia por el entendimiento entre los pueblos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, vino a representar la guía ética que debería sustentar los comportamientos.
Resulta doloroso ver como aquellas instituciones, son hoy cuestionadas, desprestigiadas y preteridas, no solo porque como todas las instituciones humanas son imperfectas y han tenido su desgaste, sino porque cada vez campan mas a sus anchas los poderosos intereses que ven en ellas un estorbo para sus objetivos muy poco humanitarios.
No sabría yo decir si es causa o consecuencia, pero es lo cierto, que en lo próximo, en el ámbito de los estados soberanos, se cultiva cada vez con mas intensidad el lenguaje del odio, el desprecio y el desprestigio del adversario, una brutal falta de empatía con la gente que sufre y una sacralización del lucro, sea este especulativo, simplemente mercantil u obtenido por medios de dudosa licitud; incluso a costa del perjuicio de sujetos concretos o de los bienes sociales.
Preocupa, que no solo los medios de comunicación, sino la utilización de los infinitos canales novedosos, se conviertan en vías de difusión del odio, la mentira, la calumnia, todo ello con evidente mala fe.
Mas preocupa todavía, que esto se induzca, se practique y se permita; desde las instituciones que deberían ser ejemplo y enseñanza del encuentro y la colaboración entre ciudadanos, en pro de una sociedad pacífica y tolerante.
No me gustaría ser augurio de ninguna noche de cristales rotos, ni de ningún detonante de nada indeseable, pero lamento decir que sembrando odio, solo puede generarse violencia. Trump, Pútin, Maduro, Erdogán, por citar ejemplos paradigmáticos de líderes vociferantes y estimulantes del espíritu bélico; parecen haberse convertido en el paradigma de lo indeseable, por su intolerancia y su negativo ejemplo.
Pero vemos nuestros entornos mas próximos, contagiados de telerrealidad, que no hacen presagiar nada bueno.
¿Para cuando la intelectualidad tomará nota de lo que está pasando y pondrá su espíritu crítico al servicio del bien común?
¿Cuándo los ciudadanos corrientes tomaremos nota de los engaños a que nos someten con proclamas y engañifas, para orientar nuestro voto en la dirección adecuada?
Tal vez la estrategia de ataque a la educación y muy particularmente a la pública, tiene objetivos inconfesables que guardan relación con las respuestas.
(*) Jesús Penedo Pallas, Ingeniero Técnico Industrial, Licenciado en derecho, Secretario del Patronato de la Fundación Adcor y jubilado de la Función pública.