Últimamente, la fragmentación del voto ciudadano, nos está permitiendo ver, cuando no sufrir; algunas de las consecuencias-por supuesto evitables-de la mencionada dispersión de las preferencias ciudadanas.
Una de las consecuencias perversas, es el poder que adquieren las minorías, que dispuestas a vender caro su voto, no dudan en “imponer” condiciones que en ocasiones, ponen en tela de juicio la propia esencia de la democracia.
En esta situación, la actuación de los dirigentes políticos, cobra especial relevancia. Predisposición para el diálogo, prudencia, capacidad de persuasión, escucha activa, respeto del adversario, priorización del interés general, parece que deberían de ser los mimbres con los que tejer acuerdos que tuviesen como objetivo gestionar los asuntos públicos de la mejor manera posible.
Sin embargo la soberbia de unos, la irresponsabilidad de otros, el sectarismo, la visión cortoplacista y el egoismo de todos; amenazan con la insensatez de repetir elecciones, con la esperanza de que un nuevo proceso, permita una posición mas confortable, para los actores.
De los necesarios acuerdos, conocemos todo lo negativo. La publicidad exagerada de posiciones propias, el menosprecio manifiesto de las posiciones de otros, evidencian una manifiesta falta de interés por buscar posiciones comunes. En definitiva, el feo catálogo de errores del negociador, que solo pueden conducir al desencuentro.
Es cierto que la derecha tridentina, tiene clarísima su divisa. Alcanzar el objetivo del poder, justifica cualquier pacto, o cualquier engaño. Que en el viaje se produzcan retrocesos seculares para pagar peajes al fundamentalismo antidemocrático, carece de importancia.
Pero en la izquierda, el panorama es desolador. La incapacidad para compartir posiciones mínimas de diálogo, como cuestión previa; alimentan una desesperanza que puede cobrar en el futuro inmediato forma de ausencia en las urnas, con las consecuencias que de ello se derivan. No es la primera vez que sucede. Doña Susana Díaz sabe de que va.
Las tácticas y estrategias de las que somos espectadores pasivos y cuasi involuntarios, aparte de desasosiego y desazón, causan un cierto hastío, amén de la impotencia de ver paralizados y desatendidos asuntos públicos relevantes, que requieren la atención urgente de las instituciones.
Los mas optimistas, afirman que la aproximación suicida al precipicio y el vértigo que produce la inminencia del despeñamiento, es el mejor estímulo, para que “in extremis”, se produzca el milagro.
Reconozco que ya no estoy para esos trotes. Sospecho que si se produjese diálogo entre todos-digo todos los que tengan la responsabilidad de haber recibido suficientes votos ciudadanos-con el objetivo sincero de buscar soluciones de país, con mirada larga y dejando a un lado los intereses personales y cortoplacistas, abandonando el sectarismo y las estúpidas líneas rojas, seguramente las cosas serían mas fáciles.
Cabría la posibilidad de que nuestros dirigentes políticos de esta nueva generación, no estén a la altura de lo que cabría esperar de ellos. Si fuese así sería verdaderamente lamentable.
(*) Jesús Penedo Pallas, Ingeniero Técnico Industrial, Licenciado en derecho, Secretario del Patronato de la Fundación Adcor y jubilado de la Función pública.