Los gobiernos, a través de su herramienta fundamental nunca jamás han de estar por encima de las personas. En ocasiones, la inmensa mayoría, la política hace invisible al hombre. Habla sólo de economía, de promesas mesiánicas con vistas a futuro y convocar a odiar “al otro” como un eficaz mecanismo de control y disciplinamiento social a través de la persecución judicial, en ocasiones con el control mediático.
Entonces la política deja de ser una herramienta de construcción del bien común de las personas y transformarse en un instrumento de poder absoluto, aunque se defina “democracia”.
Demasiados problemas como la falta de igualdad de sexos, la soledad de los ancianos, la cruel realidad de los movimientos migratorios. Problemas que están por encima de ideologías, de partidos políticos. Realidades que, en ocasiones, demasiadas, con su manipulación, enfrenta a pueblos, a personas y dejan de ser esos países que algunos conocieron y que amaron por historia, por emoción, por sentimiento, para convertirse en colonias subordinadas a la geopolítica mundial imperante que se fundamenta en la economía y en las políticas públicas que afectan los derechos como personas más básicos y que son recogidos por el concepto de humanidad, llegando a ignorarla y discriminarla.
Es la lucha militante desde la mayor y más profunda humanidad, por encima de ideas, de partidos la única herramienta capaz de garantizar la verdadera esencia de la persona y de la verdadera y única función de la política que es servir a las personas.
Se debe luchar por desarticular el discurso de la resignación a un supuesto futuro mejor, derrotar la naturalización de la manipulación y la denigración de las personas.
Esa es la dirección que tiene que llevar este camino ideológico-estratégico con la flexibilidad política necesaria para la ampliación de este movimiento no sólo a niveles nacionales, sino de forma global, por un mundo mejor y más humanizado.
Hay tantas manipulaciones, como el nacionalismo, una forma de apropiarse de una nación bajo un manto protector de perversidad de la política, permitiendo la exclusión y la ocupación por legalidad.
Existe el relativismo, otra forma consciente de destrucción de los programas previo a la conquista del poder.
Es una lógica aplastante que contar no es pesar. Quizás fuese más recomendable que las distintas ideas pesaran por su densidad en función de los atributos beneficiosos para las personas, para los ciudadanos.
El sentido común, la lógica en las reflexiones son las razones y las realidades que deberían ser irrefutables como verdades primeras, apoyadas por el concepto de “humanidad” y empatía hacia los problemas de los individuos, los ciudadanos.
Parece ser que la política busca ser coherente con su nacimiento maquiavélico, basando su fuerza e interés en ser tigres domesticados atados con la correa de la importancia económica, poniendo en tela de juicio a gobiernos como comunidades jurídicas y de valores.
Eso se muestra, frecuentemente, por su manifiesta ineficacia para resolver los verdaderos problemas.
Hecho en falta la carencia de unidad y consciencia de la idea de “humanidad”, de los problemas cotidianos y reales. Intereses y conflictos comunes que los políticos, que los gobiernos sólo observan desde la impotencia en sus sillones, encumbrados por sus propios egos.
Sencillez, naturalidad con toques de originalidad, mucha humildad y un toque de humor son síntomas de una humanización sana y equilibrada. Todos ellos son demasiado escasos en la política y eso es prueba irrefutable de lo que afirmo en este pequeño artículo de opinión.
*José Luis Ortiz, funcionario