¿Qué es el silencio? Quién quiera que sea encuestado, tiene la respuesta fácil: la ausencia de ruido.
Siempre existe el escéptico que siente el silencio subversivo y el bullicio alienante. Quizás nunca tuvo a su alcance la libidinosa razón del idílico paraíso. O si la tuviera sería un vago deseo fenecido apenas nacido sin tiempo cronológico, sin tiempo histórico. En la lejanía las montañas del silencio le asombran por su majestuosidad empequeñeciendo la idea, si la hubiere. Tres cuervos siniestros como la noche huérfana de luna acompasaban su vuelo al flujo de los vientos por sus sendas más transitadas y bien yugadas a su ideología. Y en lo que parece lejanía infinita el abrumador bramido del mar en combinado arpegio con el rasante vuelo y el graznido siniestro de las palmípedas ‘gaivotas’.
Un lugar en medio de la nada bajo un firmamento que, en breves momentos, va a ‘estrelecer’ en toda su magnanimidad. Y el silencio va perdiendo su grandeza espiritual a la vez que se va adentrando en el campo de la llamada civilización y sin darnos cuenta nos acostumbramos al estrepitoso ruido y a los peligros del silencio.
Durante décadas nos abrumó el silencio roto por el ruido de las bayonetas de los truhanes, los taconeos de sus botas charoladas, los tricornios refractando amenazantes, el complemento hiriente de sus hieráticas sonrisas, que de espanto dejaban gélidas las almas… Silencios plurales, palpables… que obligaron a dejar páginas en blanco o que cada quién, desde su particular atalaya, confeccionaba en lúgubre visión.
El silencio es una necesidad sensorial y física. Nos enseñaron el silencio del terror que incapacita. Nos hemos ‘acostumbrado’ al ruido del terrorismo, a la cacofonía del gatillo fácil, al estruendo de la pólvora… que perfora los cuerpos y habita las almas. Y… parecía que el diálogo había silenciado las armas y bocanadas de aire puro insuflara los pulmones: parecíamos normales… éramos normales… habitábamos un mundo normal… y de repente, como si el vacío que dejan ciertos ruidos se hiciera inquietante, perturbador… como si el silencio fuere algo subversivo… nos persuaden de que es peligroso, en tanto el bullicio se vuelve alienante, represor, peligroso…, es el ruido de las ambiciones, del orgullo, de la vanidad… un ruido interno que no se domestica. El silencio sería el apaciguamiento íntimo sin ruido externo. No siempre es posible. Nos posee el ruido sociológico o el falso silencio que no podemos acallar. Viejas banderas ondean al viento y el afilado sable refracta el brillo de la discordia bajo apariencia festiva.
Un acto, una acción, una opinión… siempre merecen atención, bien sea para ser aceptadas o cuestionadas. Duele el tiempo que se pierde con banalidades y siembra de sombras de mezquindad de deriva de desamparo… evocando al desasosiego. No es el vacio de la palabra sin articulación de sílabas quien expande la siniestra cacofonía del silencio, sino la gratuidad de cualquier mente dispuesta a impartir doctrina sin haberle sido requerida. Ideologizar es una miopía que siempre asistió al ser humano y por más que los tiempos cambien, dicha actividad no es menos tóxica.
*Dalia Coira Cornide es Licenciada en Pedagogía