La Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) dice: «Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados». Dejando aparte lo de «son creados», que creo debe leerse como «nacen», y lo de “su Creador”, que entiendo debe interpretarse de manera tan amplia que incluya al Universo mismo, el resto es aplicable como está.
La gran cuestión es si el orden de la enumeración de los derechos citados es esencial o no. Es decir si el más importante es el primero, el derecho a la vida, y sucesivamente. Y no es baladí en los tiempos que corren esta cuestión, sobre todo el orden entre vida y libertad. Algunos siguiendo la estela de los que dicen «más vale morir de pie, que vivir de rodillas», proclamarán que la libertad es el derecho supremo y que es preferible morir a no ser libre.
Olvidan, para mi, que el derecho a la vida es el derecho básico sin el cual casi todos los demás no pueden existir. Ya que a los muertos les queda poco más que el derecho a su memoria que, además, debe ser defendido por sus sucesores.
Olvidan con frecuencia también que la libertad individual no es ilimitada. Esto puede parecer una «verdad evidente» pero, por desgracia, para los defensores de la «Libertad sobre todo» no siempre lo es. La expresión «tengo derecho» en sus labios parece implicar que su derecho, valga decir su libertad, no tiene límites. No recuerdan el viejo dicho liberal, de siglos pasados, que dice «la libertad de tu puño termina donde empieza mi nariz». Que muy gráficamente viene a recordar que «todos los hombres son creados iguales» y todos tienen la misma libertad, y, aún más importante, el mismo derecho a la vida. Lo que provoca, al vivir en el «mal necesario» que es la Sociedad según Voltaire, que esos distintos derechos individuales entren en colisión y por tanto deban ordenarse.
«Para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados». Otra «verdad evidente» que se olvida con frecuencia. Quizá, también es cierto, porque muchos gobiernos ignoran, o parecen ignorar, de donde proceden sus «poderes legítimos». Hay pues un difícil equilibrio entre las percepciones de gobiernos y gobernados respecto a lo que es legitimo, equilibrio al que se debería llegar mediante un «pacto social» siempre en renovación.
Dejando a un lado el espinoso asunto de «quien vigila a los vigilantes», volvamos al orden entre vida y libertad. Se nos plantea un dilema moral, ¿tiene el individuo libertad para disponer de su propia vida? Stuart Mill y David Hume, entre otros, seguramente darían una respuesta positiva. El primero en su Sobre la Libertad, expone el ejemplo de una persona que se dispone a cruzar un puente a punto de derrumbarse, dice que, si esa persona está en su sano juicio y está debidamente avisada del estado del puente, debe poder pasar. En cuanto a Hume en su ensayo Sobre el suicidio lo defiende. Desde luego los moralistas de inspiración religiosa se opondrían, salvo si es a causa de la defensa de su fe.
Entonces, ¿dónde queda el orden vida primero, libertad después? Yo creo que la solución está en la limitación de la libertad propia por la de los demás. Uno, según los autores citados, es libre de poner fin a su vida, pero ¿lo es también para poner fin a la de los demás, si estos no lo desean? He ahí una difícil cuestión para los que proclaman «haz a los demás lo que querrías que te hiciesen a tí». En este caso es más pertinente si cabe la máxima de Bernard Shaw: «No hagas a otro lo que quisieras que ellos te hicieran a ti. Sus gustos pueden no ser los mismos», recogida en «Máximas para revolucionarios», apéndice de su obra Hombre y Superhombre. Así pues entiendo que nadie es libre para ir por ahí matando a otras personas porque piense que su libertad es el bien supremo de la «Creación». Mientras cada uno no decida invertir el orden, para sí mismo, la vida está antes de la libertad. Y aquí entraríamos en otro espinoso asunto, en el que la discusión versaría sobre que entendemos por vida, pero eso ya es otra historia.
Toda esta digresión viene a cuento de la situación de pandemia que estamos viviendo. Muchas personas, cada vez menos afortunadamente, no llevan mascarilla por razones diversas no justificadas. Algunas, cada vez menos también, lo hacen con el mismo gesto desafiante de «es mi libertad», que algunos fumadores exhibían cuando la prohibición de fumar empezó a aplicarse. A estas personas, con un concepto un tanto erróneo de sus derechos, va dirigida esta reflexión.
*Máster (antes Licenciado) en CC. Económicas (USC) y Derecho (UNED). Jubilado de NCG, Abogado ya no ejerciente y librepensador mientras el cerebro aguante.