
Era… una generación que sabía escuchar y oír con respeto las historias que contaban sus abuelos, de miedos y sangre, de una cruenta guerra civil en la que habían luchado… y que, tras ella, sus hijos sufrieron la miseria económica y el autoritarismo brutal del fascismo. La Generación que nació, terminada la Segunda Guerra Mundial, entre 1946 y 1965. La que explosionó la natalidad y vivió un gran boom económico… y así les llamaron: Boomers.
Era… la generación de niños y niñas que oía en la radio cantar… a un negrito del África Tropical que cultivando cantaba la canción del Cola Cao. Los que hacían la primera comunión vestidos de monjes y monjas, de almirantes o marineros y novias o princesas, fuesen creyentes… o no. Los que merendaban un ponche de huevo con quina, que decía en televisión, aquel personaje animado llamado Kinito: “¡Y da unas ganas de comer!”. Y las abuelas apostillaban diciendo que les haría crecer…Pero los efectos reales eran de pura siesta, por los grados de alcohol que se metían entre pestaña y ceja. Y jugaban todo el día en la calle, mientras sus madres desde el balcón les llamaban, porque ya llegaban los Telerines cantando: “¡Vamos a la cama que hay que descansar!”. Eran unos niños felices… e inocentes.
Era… la generación de jóvenes que, después de ir a “la mili”, se casaban “ por la iglesia”. Y de chicas que, vestidas de blanco virginal y adornadas con flores de azahar en el pelo, se casaban con sus novios “ de toda la vida”. La de jóvenes que veían, en la pantalla de su televisor en blanco y negro, a una rubia con flequillo diciendo que beber un coñac: “Es cosa de hombres”, sublimando el machismo… etílico. Y la de chicas que soñaban con una de aquellas aspiradoras y planchas mágicas, que las liberarían de sus penurias higiénico domésticas. Los que se compraban un pisito y un Seat Seiscientos, a pagar en mil años. Y se marchaban de vacaciones a Torremolinos o a “la aldea de los abuelos”,con la mujer, los niños, la sombrilla, y hacían el viaje con la radio pegada al mapa de carreteras, mientras Machín cantaba a sus angelitos negros.
Era… la generación que valoraba el esfuerzo de sus abuelos y padres, y, por encima de todo, defendía la unidad familiar. Los jóvenes que bailaban en guateques… arrimadito, arrimadito, con Roberto Carlos y su gato triste y azul. Los que, en el cine, escondidos del reflejo lumínico de la linterna del acomodador, se besaban y abrazaban, mientras en la pantalla grande había intercambio de flechas y pólvora entre indios y vaqueros. Los que enloquecían con Los Beatles y Los Rolling, y chapurreaban, en su deplorable inglés, sus canciones. Las chicas que luchaban con sus progenitores para poder llegar a casa más tarde de las diez de la noche. Las que se perfumaban con Eau de Modernidad, y se vestían minifalda y rebequita, se calzaban medio tacón, se “laqueaban” el pelo, para salir a bailar y brindar con un sorbito de champagne de Los Brincos. Las que buscaban en el baúl de los recuerdos de Karina, al chico que las había besado el domingo pasado. Las que viajaban a Londres para ocultar “ los pecados” de sus vientres abultados. Los que viajaban a París para ver a Marlon Brando en El último tango… untar de mantequilla las asentaderas de María Schneider.
Era… la generación de jóvenes que trabajó y luchó por una vida mejor que la de sus antepasados. La que dejaba atrás la oscuridad y el olor a óxido, las mortajas sagradas, las velas y velorios, y empezaba a rezar a La Libertad… haciendo la vejez del dictador un infierno de impotencia y frustración. La generación de aquel Mayo Francés de 1968. Cuando una gran revuelta estudiantil y una enorme huelga de trabajadores, que luchaban contra el patriarcado, el capitalismo, el consumo, la injusticia social, etcétera; y cuya movilización fue secundada por infinidad de países, consiguió cambiar el mundo. Los que corrieron en manifestaciones, los que fueron apaleados, y durmieron en comisarías y cárceles. Los que vieron a sus abuelos y padres saltando de alegría, cuando aquel hombrecillo en blanco y negro… anunciaba con tristeza la muerte del dictador. Y, abrazados por las calles cantaron con el puño en alto: “¡Se acabó, se acabó… la libertad ya llegó!”.
Era… la generación que luchó y pudo elegir entre ser rojo o azul, blanco o nada, creer o no creer, ser nostálgico o progresista, y decir sí o decir no… sin ninguna imposición. Los que sufrieron, aguantaron, y lograron abrir la puerta a la libertad: La Democracia. Y en aquel bendito Junio del 77… pudieron votar por primera vez.
Era… la generación de chicos que dejaron atrás los pantalones de campana, y vestidos con vaqueros ajustados se casaron “ por el juzgado”. Y de chicas que ya no se casaban en un partido “ de penalty”, sino que ejercían de madres solteras… con gran orgullo y operancia. La de obreros que abrieron las puertas de universidades a sus hijos y nietos. La de los que, igual que en el Greenwich Village de New York, desfilaron con el orgullo de ser ellos y ellas mismas. Ellos se quitaron las corazas encorbatadas y los pantalones… y se autentificaron con falta y tacones. Ellas dejaron la depilación, y de la mano de aquella que era “ solo una amiga”, pasaron a gritar al viento, que era el amor de su vida. Y… ellos y ellas, enarbolaron una bandera tan rica en colores y matices… como el arcoíris.
Era… la generación que fue testigo de la llegada del hombre a La Luna, de la caída del Muro de Berlín, del estallido de Chernobyl, de la caída de las Torres Gemelas. La que vivió mucho, bueno y malo… y nunca claudicó. La que pasó sus últimos días en Residencias para la Tercera Edad. Y castigados por el sistema de poder gubernamental, fueron abandonados sin ningún respeto a su vulnerabilidad, a la crueldad mortal de un virus implacable. Los que no se murieron… “les murieron”. Y… fueron despedidos sin ningún reconocimiento al esfuerzo del camino que limpiaron, asfaltaron, ajardinaron e iluminaron para sus hijos y nietos.
Era… la generación de generosa contribución a la sociedad, de luchadores, hippies, obreros y estudiantes, indignados y subversivos, revoltosos y soñadores, emprendedores y valientes. Esos maravillosos seres que ya no dan de comer migas de pan a las palomas, sino que dan la merienda a sus nietos, mientras luchan con sus teléfonos móviles y miran desde abajo a sus ordenadores. Los que derrochan una inmensa ternura y dedicación a sus hijos y nietos, y les cuentan historias del pasado para que cuiden lo conseguido, y sepan el gran esfuerzo que ha costado. Pero, sobre todo, para que nunca les falte la libertad… y esas historias no se repitan jamás.
Esos, querida nieta, fueron una generación mágica… a la que pertenezco yo. Soy Boomer… ¡ Y qué orgullosa estoy! Somos una generación que venció al monstruo del fascismo, y que, ahora, con tremenda tristeza e impotencia, somos testigos de los esfuerzos que hacen algunos por despertar a la bestia. Querida niña, ¡no les dejéis… No pueden volver!
María Purificación Nogueira Domínguez.