
Leyendo a Celaya se comprende que la poesía es un arma que con su belleza contribuye de forma poderosa a transformar una sociedad y es bálsamo indispensable frente a quienes la visten de galas soeces.
Asquea contemplar la miseria moral de los quienes se presumen lideres desangrándose en peleas de gallos donde al pronto uno de ellos huye cacareando como gallina desplumada. Se ratifica la decepción por la calidad moral de quienes en sus manos tienen la conducción política del segmento conservador de nuestra sociedad. Produce vergüenza ajena ver a una multitud jalear a quien la moralidad y decencia como gestora pública no parecen su fuerte.
Una pelea sin un mínimo de templada elegancia, que si de algo sirve es para dar a conocer que un partido político –un mecanismo consagrada en la Constitución como pilar de la democracia-, parece volver a una senda que no desconoce, espiando a su miembros. Y en la reyerta barriobajera salen a la luz, “hermanísimos”, “amiguetes”, comisiones, mercadeo con la angustia y el horror de la muerte al amparo de los peores momentos de la pandemia. Miles de ancianos abandonados a suerte, – eso si es crueldad infame-.
Con espantosa crudeza se pone de manifiesto, que el gran debate ideológico de la derecha de este país, está centrado en la gastronomía, la más burda, la de devorar poder a fauces llenas y con ello hundir los colmillos en el presupuesto…Un debate propio de “estadistas y patriotas”…
Con tales actores en escena solo apetece bajar el telón, dar por terminada la función abandonando un espectáculo tan vomitivo en tiempos en que pigmeos disfrazados de políticos condenan lo trascendente a ser barca a la deriva mientras lo accesorio es su única obsesión.
Ante la estruendosa bazofia moral de unos seres que intentan engrandecerse por lo destruyen, ya sea su propia organización, la democracia, la llegada de los fondos europeos para reconstruir la economía española, el estado de bienestar, los derechos sociales y cuya mayor felicidad es ser serviles Caballo de Troya del fascismo, reconforta el alma evocar la trayectoria de Celaya, su ardua lucha sin concesiones contra el pesimismo y siempre a favor del hombre como tal y de la poesía imbuida de contenido sociopolítico y moral. Y deleitar el espíritu vagabundeando por sus versos.
“Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque a penas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho”.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos”.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galia.