“ Cine, cine, cine.
Más cine, por favor
Que todo en la vida es cine
Y los sueños
Cine son.” (Luis Eduardo Aute).

Aquel era… un gran edificio dividido en dos partes. La parte derecha estaba cubierta por una preciosa fachada de piedra, custodiada por una enorme puerta de madera, tallada con diferentes dibujos de nobles escudos heráldicos, que parecía quitada de un castillo Disney, y daba entrada a una lujosa sala de proyecciones. A sus pies, una larguísima alfombra roja escoltada de un lado a otro por unos enormes gorilas humanos, vestidos con trajes negros y aderezados con gafas a juego, permanecían firmes, con una mano sobre la otra delante de su entrepierna, velando por la seguridad.Y daban la bienvenida a los directores, productores, guionistas, actores fetiches… a los poderosos, que llegaban, suntuosamente ataviados, en diferentes coches de alta gama, y desfilaban por la alfombra roja hasta el interior. Allí los esperaba una majestuosa pantalla a todo color, con los sistemas de audio más sofisticados, y unos confortables sillones de piel que proporcionaban calidez y confort a los amos. Eran los que veían las películas más hermosas, interpretadas por los comediantes más expertos, más ricos, más famosos… los primeros actores. Películas de fiesta y alegría, de lujo y fantasía. A cada lado de la puerta… dos columnas, con capiteles barrocos, sujetaban el peso de un cartel con luces de neón, donde unas estrellas doradas de dimensiones desproporcionadas, daban nombre y apellidos a aquella opulencia: “ Power Films”.
La parte izquierda del edificio… era una especie de anexo de cemento, un almacén sin adornos, sin carteles, sin lujos, y cuya alfombra era un gigantesca hilera de personas, que esperaban para llegar a una pequeña taquilla… donde casi nunca había entradas. Los pies fríos en invierno, los pies pegados al asfalto y derretidos en verano, y los pies descalzos casi todo el año… eran los sufridos testigos de aquellos cientos de miles de seres humanos que padecían largas colas para entrar al cine. Los que tenían suerte, y lograban entradas, se sentaban en bancos comunitarios de madera. Unos empujaban a los otros en una cruenta lucha por conseguir el mejor lugar frente a la pantalla. Palomitas de maíz rancio y refrescos cancerígenos yacían entre las manos de los que, con ojos ávidos, se sentaban ante un pequeño plasma en blanco y negro, en algunas ocasiones con sonido sensurround, otras demasiado bajo, y otras con diferente idioma y subtítulos. De cuando en cuando silbaban las balas y se oía el estruendo de cañonazos, pero el sonido predominante era el del silencio o los sollozos. En verano se asaban, en invierno se congelaban, ningún confort y solo películas malas: belicismo, precariedad social, miseria económica e intelectual, injusticia y desigualdad. Eran las peores películas que se podían rodar, pero eran las únicas que se proyectaban en “ Pueblo Films”. Y que disfrutaban los conformistas espectadores… sin levantar una pestaña ni la voz… resignados También estaban los espectadores dormidos, que no salían en la película, y se entregaban plácidamente a Morfeo… en el hombro de algún compañero de banco. Y, además, estaban los que pataleaban y gritaban : “¡Fuera, fuera!”. “¡Justicia, igualdad!”. Los inconformistas que silbaban y tiraban objetos a la pantalla. Pero… por más ruido que hiciesen, por más que gritasen, entre la indolencia de unos y la ausencia morfeista de los otros, se quedaban solos en la sala, mientras todos les miraban y les señalaban con el dedo. Y las linternas de los gorilas humanos de la alfombra roja, entraban en la sala e invitaban a salir a los “ruidosos”… Y en la calle, desde la acera de enfrente, observaban el lujo del precioso edificio, escuchaban las risas, los taponazos del descorche de champagne, veían el ir y venir de coches espléndidos… Y pensaban que, quizá algún día, todos los cinéfilos de “ Pueblo Flims”, los de las lágrimas, los de la precariedad, los de los subtítulos, lograrían despistar a los gorilas humanos de la alfombra roja, echar a los mandones, entrar en “Power Films”… y disfrutar de aquello que les pertenecía, porque ellos eran los que habían construido el edificio, hecho los sillones, las pantallas, todo, todo. Eran los espectadores y… los actores. Eran los que trabajaban en papeles malos solo para sobrevivir… o hacían de extras por un bocadillo, pero ellos eran los actores principales, los indispensables, los que quitaban adelante los films que disfrutaban los abusones. Pero… algún día todos ellos, los parias cinematográficos, pisarían la alfombra roja y recibirían un Óscar… Algún día.
“… Y los sueños, cine son.”
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NIETA: Abuela, lo tuyo por la subversión es pasión pura.
ABUELA: Te he dicho que no espíes mis historias. Su lectura te puede producir un despertar brusco a la realidad. Y corres el riesgo de sufrir un trauma psicológico.
NIETA: Ya no tienes edad para estos berrinches. Te iría mucho mejor escribiendo poesía, Abuela.
ABUELA: Lo sé, lo sé. He empezado a escribir un bello, a la par que tierno, poema de una mariposa albina, que vuela veloz al arcoíris en busca de colores para engalanar sus alas y… bla, bla, bla. ¡Ay, qué desazón! No he podido terminarlo … ¡ Me daba la risa!
NIETA: ¡Qué poca vida sensorial tienes, Abuela!
ABUELA: Ya sabes, querida niña… Mi carácter literario es crítico y muy ácido. Lo que viene siendo el apareo de un limón con un pimiento de Padrón… Lo mismo que me importa tu opinión.
NIETA: Pues por eso no pierdo más el tiempo. Me piro, Abuela.
ABUELA: ¿ Adónde vas?
NIETA: Al cine… Hasta lueguito, Abu.
ABUELA: ¡Cómo no!… ( Seguro que va a ver “El silencio de los… borregos”). Ea, con Dios, miña nena.
María Purificación Nogueira Domínguez.