Ella sabe de fontanería, de ordenadores, traduce del latín,
lleva las cuentas…
pero utiliza los oficios como gancho corredizo.
Espera que te acostumbres para luego desquiciarte
retocando todo para que nada funcione.
Te avasalla con retrasos, roturas, errores y torpezas,
rematándote al final con una factura interminable.
Luis Miguel Madrid (Madrid, 1960), licenciado en Letras por la Universidad
Complutense, recibió por su libro Rua das janelas verdes el Premio Arcipreste de
Hita. Director de la revista cultural Babab, es socio fundador y miembro de la junta
directiva de la Asociación de Revistas Digitales Españolas. Su librería-bar María
Pandora queda en Las Vistillas de Madrid .
No puedo quejarme
Estoy con pocos amigos y los que hay
suelen estar lejos y me ha quedado
un regusto que tengo al a lcance de la mano
como un arma de fuego. La usaré para nobles
empresas: derrotar al enemigo– salud
y suerte–, hablar humildemente
de estas posibilidades amenazantes.
Espero que el rencor no intercepte
el perdón, el aire
lejano de los afectos que preciso: que el rigor
no se convierta en el vidrio de los muertos; tengo
curiosidad por saber qué cosas dirán de mí; después
de mi muerte; cuáles serán tus versiones del amor, de estas
afinidades tan desencontradas,
porque mis amigos suelen ser como las señales
de mi vida, una suerte trágica, dándome
todo lo que no está. Prematuramente, con un pie
en cada labio de esta grieta que se abre
a los pies de mi gloria: saludo a todos, me tapo
la nariz y me dejo tragar por el abismo
Francisco Urondo (Santa Fe, 1930-1976), poeta, narrador, guionista de cine
y periodista, sufrió arrestos y persecuciones combatiendo las tiranías argentinas.
Murió en un combate con las fuerzas represivas. Director General de Cultura de la
Provincia de Santa Fe y del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires, escribió para Primera Plana, Panorama,
Crisis, La Opinión y Noticias. Sus poemas han sido recogidos en Poesía completa,
Buenos Aires, 2004.
La Bogoteida
Ciudad hecha de sangre derramada
que al septentrión devora la pradera;
ciudad de sangre, en sangre amortajada;
ciudad que arroja sangre y sangre encierra;
ciudad ensangrentada y desangrada
en sórdida, secreta, sorda guerra:
al Sur o Meridión, la plebe hambreada
de todos los malditos de la tierra;
al Norte o Septentrión, la oligarquía
rodeada de guardianes noche y día.
No cantaré del Norte las bellezas
pues la belleza injusta es vil patraña:
el lujo, la opulencia, la riqueza,
pueden cegar, pero jamás engañan.
Voy a cantar el Sur y su pobreza,
sus trucos, y sus artes, y sus mañas:
el Sur de los sufridos bogotanos
que tienen muchos pies y muchas manos.
Ranchos de cañas y cartón (techos de encaje
que dejan colar el agua, el sol cuando hace sol, el viento).
Que permiten
(en el hacinamiento)
apenas las delicias pasajeras del arrejuntamiento
– y después, claro, un hijo más.
Allá no llegan las rosas
ni el oro (o sea la plata) que sirve para comprar las rosas:
el oro, cerrado prodigio (es decir, ajeno)
(como todo lo bueno)
cuyo producto (el de las rosas: pues las rosas se venden)
sirve a los ricos para pagar una amenaza:
celadores y policías
(brazos armados de la burguesía),
perros guardianes, hombres con escopetas y collares de púas,
para desalojar a los pobres que han hecho su rancho en tierra
ajena, obviamente
(como toda la tierra).
Las delicias de la vida son suyas, allá, al norte.
Y saber desde el sur que todo eso existe es un suplicio:
el suplicio de Tántalo.
Por todo eso, guerra
por la tierra
ajena
(buena, que pone fin a nuestra pena)
Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard [Santa Fe de Bogotá, 1943-1974],
el más notable poeta de la Generación desencantada, vástago de una antigua familia
bogotana entre cuyos antepasados figuran Teresa de Ávila, Calderón de la
Barca, Francisco de Paula Santander, Simón Bolívar, José Eusebio y Miguel Antonio
Caro, José Asunción Silva, el General Lucas Caballero, Don Jorge Holguín
y Holguín y Alfonso XII, estudió en el Gimnasio Moderno con algunos ex presidentes
y ministros del despacho, y pasó buena parte de su juventud en la España
del estraperlo y la Europa de la rebeliones estudiantiles o participando en tertulias
y juergas en la capital de Colombia junto a miembros de la clase ociosa vinculados
a la Juco, la Jupa o el Bloque Socialista. Fue asesinado, luego de un ignominioso
robo a su apartamento, el 23 de Abril de 1974 a la salida de una corrida de toros en
Zipaquirá, por un miembro de las fuerzas secretas del régimen, el coronel Aureliano
Buendía, quien acusaba a Escobar de haber participado en el secuestro de uno de sus
tíos.
Tomados de «Arquitrave»