El panorama político español ha cambiado mucho en los últimos tiempos. Hoy el votante tiene un amplio abanico de posibilidades que abarcan todo el espectro político. Y esto ha sido gracias a la llegada de nuevas opciones políticas que han sabido dar voz a los ciudadanos que no están cómodos en la dinámica del bipartidismo y que cuando votan exigen algo más, y no solo una ideología en la que ampararse intelectualmente. Quieren respuestas prácticas que solucionen los problemas de su país.
UPyD es uno de estos partidos “minoritarios”, aunque los más de 7 años que lleva al pie del cañón en la contienda política, dan solvencia a su propuesta y lo habilitan seriamente para participar en fórmulas de gobierno para servir los intereses de España. Desde luego los magentas han llegado para quedarse, y así lo confirman sus resultados electorales y las sucesivas encuestas. Han pasado de una única diputada en 2008, a los 5 diputados actuales y a los potenciales 32 diputados que vaticinan actualmente las encuestas más optimistas.
UPyD, y otros partidos nacidos posteriormente, minoritarios en origen, algo que no debe ser más que una característica coyuntural, tienen como vocación legitima convertirse en partidos mayoritarios, en partidos de gobierno, capaces solucionar los problemas que padecen los ciudadanos desde el pragmatismo y la eficacia, relevando a los viejos partidos que no han sabido (o no han querido) dar respuestas a sus problemas.
Por lo tanto, el objetivo principal—y el reto- de los partidos minoritarios es mantenerse, cosa nada fácil y que ha conseguido, por ejemplo, UPyD con mucho esfuerzo, compromisos firmes y una buena dosis de coherencia. Pero no es la tónica habitual. Recientemente hemos escuchado el anuncio de la disolución de SCD, con un trasvase de afiliados y votos que recaerán previsiblemente en VOX, el cual sólo el tiempo dirá qué recorrido le queda por delante.
Del mismo modo, estos días aterrizaba Ciudadanos en Galicia, lo que sin duda sería una buena noticia (por las ideas que trae consigo) si no fuera porque lo hacen sobre la estructura de otro partido ya establecido, lo que supone que en el mismo momento de pactar esa alianza y renunciar a construir el partido por sí mismos, están limitando su autonomía propia y acotando su futuro. Una lástima para el votante social liberal.
Aún con todo, los nuevos partidos se levantan para ofrecer una alternativa a una mayoría creciente de votantes desencantados, muy decepcionados y sobretodo hartos de la incompetencia e hipocresía del bipartidismo anquilosado que ha monopolizado la política española durante las últimas décadas, y que se han acostumbrado muy rápidamente al poder y a la comodidad que supone simplemente, esperar su turno para gobernar. Algo, que no es nuevo en nuestra historia del siglo XIX y primeras décadas del XX.
De todos esos huérfanos, algunos hemos recuperado la ilusión por lo público y por llevar a cabo nuestras ideas, y todo ello sobre la base del inmenso esfuerzo de un grupo de ciudadanos normales y corrientes que decidieron romper con la inercia del bipartidismo y plantarles cara con ideas nuevas, caras nuevas y sobretodo, un compromiso real y creíble de cambiar las cosas.
¿Y por qué este compromiso es más creíble y no se trata de otra mentira más? Pues porque un partido minoritario, no por serlo, sino por su razón de origen, puede enfrentarse a la tarea legislativa sin hipotecas, absolutamente libre para llegar al Congreso y realizar un acto tan aparentemente sencillo como pulsar un botoncito que haga corresponder ese sentido del voto con lo comprometido ante sus votantes y ante sí mismos en su programa electoral.
Este lujo que supone poder votar libremente, se debe a la simple razón de que estos partidos no tienen nada que perder, no tienen estructuras que mantener, barones a los que contentar ni hipotecas históricas que pagar. Son, por tanto, libres para ejercer un voto en el Parlamento que se corresponda con lo comprometido en la calle. Y eso, por desgracia, es algo innovador en España.
Y esa libertad es la que marca la diferencia entre los partidos “nuevos” y los partidos “viejos”. A éstos últimos ya son pocos los que pueden creerles, han tenido años y años para poner en práctica lo que predican con tanto fervor en sus mítines, y no lo han hecho. Y lo que es peor: no pueden hacerlo, porque tienen las manos atadas. Han vendido su libertad al stablishment, y les está pasando factura.
La irrupción de Unión, Progreso y Democracia en la política española, allá por 2008 y con una sola diputada, ha brindado la oportunidad de volver a creer en la política; que no es poco. De hecho, la razón por la que últimamente asistimos al nacimiento y auge (y a veces fracaso) de los partidos minoritarios no es otra que la necesidad cívica de dar respuesta a la llamada de quienes han dejado de creer en la Política, -un ejercicio noble donde los haya, cuando en él se vuelcan dignidad y decencia- , poniendo coto al lamentable espectáculo con el que nos agravian los grandes partidos cada vez que encendemos la televisión u ojeamos la prensa.
Por suerte, entre tanto ruido y desprestigio, el partido magenta, ha abierto con decisión el camino y dado un paso al frente afirmando: “Somos libres”. Algo no solo posible, sino innegociable para la ciudadanía.
Hace casi un siglo un presidente norteamericano, Theodore Roosevelt, manifestaba “Una gran democracia debe progresar o pronto dejará ser o grande o democracia”…
*Pilar Abuin Osorio es Responsable de Organización de Galicia de UP y D