Antonio Campos Romay
Al abordar ciertos temas es necesario hacerlo con una cierta distancia para no confundir un sentimiento doloroso en el que cruje la solidaridad con un canto lacrimógeno y epidérmico. De forma habitual al recorrer las calles de nuestras ciudades , sin distinción de territorios, hay estampas que laceran cualquier sentimiento decente, que remueven cualquier sensibilidad no embotada por la insolidaridad.
Cada día y casi como diluyéndose en el paisaje callejero surgen gentes venidas desde territorios del oriente europeo, de países del Magreb o del África subsahariana que apoyados en el quicio de una puerta de supermercado, una panadería o una iglesia imploran la generosidad del transeúnte. O en precario mercadillo venden genero de dudosa calidad. Muchos aún en su rostro suman una mezcla de inocencia y afabilidad cuando saludan a los clientes del lugar en aras de cierta complicidad de verlos diariamente. Incluso su sonrisa y saludo no se altera aunque la respuesta sea esquiva. A la caída de la noche es norma observar gentes que con ahínco hurgan en los contenedores en busca de sus paupérrimos tesoros…. Es terrible su papel, máxime cuando en algunos casos existe la percepción de una trama organizada que los explota con ferocidad… También está la desesperación de los nacionales que forzando su pudor solicitan ayuda sentados con mirada ausente, mientras a sus pies tienen un cartel que reza escuetamente …sin trabajo …tengo hijos… tengo hambre…. En las ciudades, aumentando el drama en orden a su tamaño, su destino son las áreas mas depauperadas social y urbanísticamente, lo que denomina el sociólogo francés Henri Lefévre, la “anti-ciudad o la no ciudad”.
El deterioro del estado del bienestar exhibe ya unas ulceras que la forman los que cabría apodar “nuevos pobres”. Los que han sido descabalgados sin esperanza de la presunta magia de la que parecía estar tocada Europa. Unas élites económicas ferozmente insolidarias, que desde la prepotencia de su riqueza y poder consideran el empobrecimiento como un daño colateral inapreciable. Necesario para que su rapiña llegue a buen termino. Con ello se irradia a la periferia extrema de la sociedad a una gente cuya proximidad podría perturbar las conciencias biempensantes. Y así sostener el espejismo de de un crecimiento y bonanza que en la última década, la crisis económica, política y social, cuya denominación correcta seria, “la gran estafa”, puso a la intemperie mostrando las lacras del aumento de gente sin esperanza y aflorando un subproletariado agónico.
Todo esto sucede cuando empíricamente es posible en la actualidad erradicar la pobreza. No es utopía , es aserto de instituciones fiables, honestas y solventes. Por ello la pregunta es, ¿porque no se hace? De la propia pregunta fluye la respuesta…. La mano de obra en condiciones degradadas, una población en situación de indefensión y vulnerable son necesarios para imponer un determinado modelo económico, social, político e incluso moral. Y con ello garantizar la prevalencia del capitalismo tanto en su versión más acaramelada como en la mas virulenta.
La relación entre los cambios estructurales y económicos habidos en el mundo que se presume civilizado y el que se niega tal título desde las últimas décadas del siglo XX y las iniciales del XXI y el deterioro de las condiciones de vida de la ciudadanía con el imparable aumento de la desigualdad social, con el empobrecimiento de vastos sectores es evidente. Y tiene la suficiente entidad para en un plazo no lejano crear severos problemas tanto al sistema social, como al económico y al institucional.
Desde una visión planetaria es inaceptable que la desigualdad social dentro de una censo aproximado de 6000 millones de seres, se cebe sobre más de 5000 millones sembrando miseria y desigualdad mientras hace infranqueable la brecha entre opulencia y miseria.
La pobreza, entendida como la privación de lo esencial, como efecto perverso del interés del poderoso en detrimento del débil, marca un escenario inquietante en el siglo XXI, al comprobar no ya las desigualdades sociales y empobrecimiento, sino el que cada día la distancia entre riqueza y pobreza es cada vez más dilatada y va en aumento.
La precarización bajo nuevas formas extiende su metástasis en el mundo del trabajo ante un capitalismo que ha hecho del lucro sin regulación el único motor de la economía. Sobran en el proceso todo lo “no rentable”…. La pobreza tiene en ello campo abonado. Su nutriente son los condenados a la marginalidad por diversas circunstancias. Parados, los carentes de opciones mínimas ya de empleo, licenciados universitarios recién salidos de la facultad, autónomos en situación de dificultad, jubilados, minorías étnicas, emigrantes, discapacitados… Al tiempo se crea una clase obrera a la medida del capricho del contratante, con ingresos de subsistencia y empleos inestables, carente de derechos, y al borde o de lleno en la incapacidad de atender sus necesidades mínimas.
Se intenta engendrar una sociedad con escasa capacidad de contestación, alejada progresivamente de la cobertura pública en la que se agostan los recursos sociales. Una situación que corroe las potencialidades de una ciudadanía condenada a ínfimos niveles de vida, de salud , de vivienda, y condenada a bajos niveles educacionales y culturales.
Ante todo ello, quizás sea hora que en las conciencias de la ciudadanía perpleja, indignada, estafada, comience a martillear la vieja canción reducida a políticamente incorrecta por un tiempo de ridículo almibaramiento… Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador. Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.
Antonio Campos Romay, ex diputado del Parlamento de Galicia