Los estructuralistas, comenzando por Ferdinand de Saussure, nos advertían que el lenguaje se construye socialmente, que ninguna relación natural existe entre el signo y el significado, sino lo que por costumbre le da la sociedad. Este significante construido entre todos no es neutro, indiferente, sino que viene cargado de relaciones complejas que reflejan de alguna forma la propia sociedad, sobre todo lo que “establece” el poder establecido. Pierre Bourdieu diría que el lenguaje es el primer mecanismo de reproducción del poder. Esto a los socialistas nos gusta mucho porque nos ayuda a comprender como el capital nos manipula “en silencio” desde el propio lenguaje que nos encierra a solas con la ideología dominante, que diría Marx. Pensamos el mundo desde las palabras, pero si las palabras son las palabras del poder es fácil vivir en ellas como en una jaula de cristal. El estructuralismo ponía el acento no tan solo en la palabra, sino en la relación de unas palabras con otras, en las frases, los discursos, entre lo que aparece en ellos (Sintagmática) y lo que no aparece (Paradigmática) y se nos hurta llevándonos, también, a un marco Lakofiano ajeno a nuestra moral.
Así funciona la sociedad humana: en casa, en la escuela, en el trabajo nos entregan unas piezas prefabricadas y un manual para ensamblarlas, si seguimos el manual solo construiremos nuestro propio sometimiento. Anulados como humanos serviremos como agentes del mercado.
Por tanto, nuestro interés debe centrarse en hacer del lenguaje una herramienta abierta que nos libere de la opresión capitalista. Y aquí llegamos a la cuestión a tratar: los vientres de alquiler… Para iniciar el debate podríamos decir que a toda mujer le asiste el derecho a hacer lo que considere con su cuerpo. “Mi vientre es mío y con él hago lo que quiero”. Este argumento ordinario y simplista nos suena y mucho… Y no lo pongo en duda mientras no afecte a terceros. Una mujer puede beber cinco litros de agua de golpe que hinchará su vientre y le producirá un colapso y quizá la muerte inmediata. Sin duda, es su cuerpo y es su vida. Lo que no puede hacer es, cuando se encuentre mal por tanta agua, vomitar encima de tus zapatos. Vemos como el argumento ordinario se cae por sí solo, porque es una falacia que paradigmáticamente esconde los efectos sobre segundos o terceros al “borrarlos” de la pregunta. En este caso el segundo en discordia es el hijo.
Esto nos ayuda a centrar el tema sobre la necesidad de quemar el manual de instrucciones y empezar a pensar como nos dé la gana: no se discute sobre los vientres de alquiler sino sobre mercantilizar la Maternidad. Y vean que lo escribo en mayúsculas. La Maternidad afecta de forma invariable, como digo, a dos individuos: madre e hijo. No existe hijo sin madre ni madre sin hijo. En ellos empieza y termina la Maternidad. En ellos se consuma. Comienza un segundo después de la fertilización y termina en primera instancia en el momento del nacimiento, (aunque yo creo que no termina nunca). No hay un tercero que pueda involucrarse, por consiguiente no se puede transferir, ceder ni subrogar, tanto que es imposible establecer de facto la relación real o natural. No hay madre que relaje la Maternidad en otra mujer. Eso es un absurdo en sus términos.
Volvamos a la madre y el hijo: ambas personas están dotadas de unos derechos insoslayables recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. La Maternidad es en sí el proceso por el cual la madre da la vida a su hijo y que todos conocemos por gestación, pero no acaba aquí, también forma parte de la Maternidad toda la relación biológica (ser vivo) y afectiva (ser humano) que rodea a dicha gestación. Hasta el momento somos capaces de explicar amplias áreas de la gestación y su significado biológico, pero nos quedan años para terminar de comprender todas las implicaciones biológicas que conlleva.
También somos capaces de explicar algunas facetas de la relación psicológica y afectiva que se crea entre madre e hijo, pero aquí aún damos palos de ciego por la enorme profundidad y complejidad del asunto.
Ya sabemos qué es básicamente la maternidad y a quién congloba. Por la tradición judío-cristiana-musulmana mostramos un respeto enorme por la Maternidad. La relación entre madre e hijo nos fascina tanto como nos mueve a respeto e incluso veneración. Pero tal veneración viene de antiguo y la antropología describe hasta la saciedad nuestra relación con ella. Pero no quiero pararme en esto que daría para mucho, vamos a las dos preguntas fundamentales:
¿Quién está interesado en mercantilizar la Maternidad?
Este respeto por la Maternidad se quiere quebrar en nuestro tiempo y es el capitalismo quien de forma consciente y programada nos sirve el debate. No olvidemos que de la misma forma que nos entregan el lenguaje del sometimiento, también marcan las agendas sociales para someternos. Su razonamiento en bien sencillo: si todo se puede comprar y vender, ¿por qué no se puede comprar la Maternidad? Ojo, no hablan de vender a su propia madre, que lo harían tras un cálculo de coste beneficio, sino de que otros vendan su Maternidad para comprarla ellos. Y nos hablan, como ya hemos expuesto, de libertad de la mujer, del derecho de las personas a tener hijos con la ayuda de madres de alquiler, de la Maternidad altruista, etc. Y estos argumentos pobres y cínicos son recogidos hasta por grupos feministas, cuando estos debieran ser los primeros en enfrentarse al capital que intenta dar un paso más en el sometimiento de la mujer a los intereses de mercado.
¿Por qué moralmente tenemos que oponernos a mercantilizar la Maternidad?
Como vemos tratamos de algo que constituye uno de los hechos naturales más elevados de la Humanidad y que, por su trascendencia, la creación del ser, solo es comparable al mismo hecho de morir. Venderla supone denigrarla al mero rango de servicio y, por consiguiente, supone rebajar a la madre y al hijo, sujetos de la Maternidad, a la condición de objetos del mercado. Siendo tales objetos seres humanos y siendo estos alquilados, comprados y vendidos de forma objetiva, hablaríamos de una nueva modalidad de esclavitud intolerable e insostenible a la vista del Artículo 4º de la Declaración de los Derechos Humanos, que dice: “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre; la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.” Y fíjense que el Legislador Universal tiene la precaución de añadir la muy acertada coletilla de “en todas sus formas”, pues los capitalistas siempre encuentran nuevos caminos para enriquecerse y esclavizar a sus semejantes.
Aclaremos este asunto desde sus propios y verdaderos conceptos inconfesables, desde esos conceptos que nos oculta el poder para no horrizarnos:
Quieren “su libertad” para con “su dinero” “comprar un niño” “fabricado” por una “máquina-mujer”.
Tiene que guardarse la Humanidad de dejarse engañar por aquellos que piensan que no hay nada sagrado que se escape al poder del dinero. La esclavitud existió de forma generalizada hace siglos y los pobres del mundo consiguieron zafarse del yugo de semejante lacra social. Por desgracia, aún en muchas partes del planeta siguen forzados en esclavitud millones de personas. Es el objetivo primero de todo socialista: acabar con la esclavitud de nuestros semejantes. Pero también debemos estar atentos y luchar contra nuevas formas de transformarnos en esclavos: ahora a las mujeres y a los bebés. ¿Puede haber algo más miserable en el mundo?
(*) Carlos Raya de Blas, empresario, sociólogo especializado en propiedad intelectual y en Islamismo