“Míralos, como reptiles, al acecho de la presa, negociando en cada mesa maquillajes de ocasión; siguen todos los raíles que conduzcan a la cumbre, locos por que nos deslumbre su parásita ambición.
Antes iban de profetas y ahora el éxito es su meta; mercaderes, traficantes, más que náusea dan tristeza, no rozaron ni un instante La Belleza… La Belleza… La Belleza”… Cantaba Aute, en la radio del viejo coche de Montserrat, mientras ésta se dirigía al Banco en el que trabajaba de limpiadora, para llorar en un sobre blanco… su finiquito.
Montserrat… que nunca había dicho que no a más horas y menos sueldo, que nunca había ceñido ninguna bandera, ni tenía más acento e idioma… que su esfuerzo, a ella, la despedían.
Montserrat… jamás alzó la voz, nunca, ni cuando aquel chico del Instituto la dejó embarazada… y se esfumó. Y su tía, una pensionista viuda, la recogió en su casa y la ayudó… a ver nacer a sus gemelos, y le buscó aquel trabajo para sobrevivir hasta que sus hijos fuesen mayores, y pudiese volver a estudiar.
Montserrat… tenía veintidós años y dos hijos de seis. Y… tenía tres faldas, que cada seis meses descosía y daba la vuelta, las acortaba, o les colocaba volantes de encaje; que compraba por un euro en la tienda china, para que pareciese que eran otras. Y… tenía tres pares de zapatos, unos para el verano, otros para el invierno… y otros para tirar.
Montserrat… tenía dos huchas de cerdito. Una grande y otra pequeña. En la grande guardaba, euro a euro, la cantidad que tendría que pagar por el Impuesto de Rodaje de su viejo coche, la del recibo de la Recogida de Basura, la del Impuesto de Bienes Inmuebles. La hucha grande era para el Estado. Y la hucha pequeña era para ahorrar… nada.
Y… ahora se quedaba sin trabajo ¿ Qué le iba a decir a sus hijos… a su tía?… Les tendría que decir que los que mandaban, los que se repartían el Poder, los que tenían diferentes banderas y lenguas, los que negociaban sus ambiciones en las trincheras, los que no rozaron ni un instante La Belleza… los condenaban a mirar un cielo sin estrellas en la oscuridad de… Barcelona.
Sus hijos no se abrigarían en invierno con sus banderas de diferentes colores, ni se calzarían con las siglas de sus partidos políticos, ni comerían las ideas de los unos y los otros… no.
Montserrat… terminó de escuchar cantar a Aute… y pensó que las próximas canciones que escucharía carecerían de cualquier tipo de hermosura. Se bajó de su coche en el Paseo de Gracia… Barcelona olía a basura. Abrió su cartera y miró la foto de sus dos hijos. Eran tan inocentes, tan puros… y tenían los ojos azul cielo más hermosos que jamás había visto… No, no tenían los ojos azul cielo, sus hijos tenían… el cielo en los ojos… y La Belleza… La Belleza… La Belleza. Y no lloró…
Vigo-23-10-2017