Nunca somos lo suficiente felices para echar el ancla, ni lo suficiente valientes para dar forma al caos.
Silencio: es el único signo de un tiempo remoto e impreciso. O no tan impreciso ni tan remoto, como a veces pensamos.
Aquella noche, mientras contemplaba, bajo una espectral luz, El Beso de Gustav Klimt, me dejé caer sobre un libro de pintura de ese creador que, ante mi fascinación por su obra y mi anhelo de pintar El Beso de Klimt —el cuadro—, se entiende, la otra parte de su obra me resulta muy inquietante.
Acabé pintándolo y pidiéndole perdón a Gustav Klimt por tal atrevimiento. De esta manera puedo verlo todas las noches, porque Viena no se encuentra ahí, a la vuelta de la esquina.
Ahora, la foto del óleo que tengo ante mí apenada mirada, no sé si será hermoso para todos los ojos, pero sí que es una explicación exhaustiva de las etapas de la vida: Las tres edades de la vida: nacimiento, madurez y decadencia.
¡La decadencia! ¡El inexorable paso del tiempo que nos marca con tatuajes a fuego! Enfermedad, vejez y muerte.
Eros y Tánatos, fueron su fuente de inspiración y pretende aprehender la fugitiva voluptuosidad.
Intenté solo ver el rostro de la madre con el niño: paradigma de la ensoñación.
Y ensueño fue lo que busqué aquella noche de inquietudes arriesgadas en el sagrado solsticio de verano.
Necesitaba respirar. Salí al jardín de madrugada, pisé el césped húmedo sembrado de rocio.
La luna me miraba rauda desde su atalaya de retirada, mientras yo, ¡cándida!, te buscaba entre las estrellas del firmamento mientras se desvanecían.
Entre la pródiga floración de los cerezos de mi jardín escuché una tenue balada, cuya melodía expandía el viento y llegaba hasta mis oídos el más bello de los mensajes jamás escuchado… Unas alas de terciopelo abrazaron mi alma en un laberinto de confusión entre lo real y lo quimérico: juventud y amor, ¡qué efímeros son! ¡Apenas un sueño!
Extendí los brazos como una sacerdotisa —en divina oración—sobre el ara sagrada.
Las sombras de la noche —perezosas—, son empujadas por la luminosidad del alba.
(*) Dalia Koira Cornide es licenciada en pedagogía