La vida siempre sigue su curso, es como un río cuya corriente nunca se detiene. No se detienen los acontecimientos en un el día nefasto. Como la noche que sigue al día aciago, es negra como el plumaje del pajarraco de Allan Poe que apostado en mi ventana, no susurra, grazna y cuyos versos mi memoria rememoran sin dar reposo al alma.
«UNA VEZ, AL filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más.”
Noche de insomnio, abrumadora y de aterrador espanto.
“Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie,
acallando el latido de mi corazón,
vuelvo a repetir:
“Es un visitante a la puerta de mi cuarto
queriendo entrar. Algún visitante
que a deshora a mi cuarto quiere entrar.
Eso es todo, y nada más.”
Con la sangre varada en las venas me acerco a la ventana.
Me tiembla el alma.
Sus ojos en mis ojos.
“Vuelvo a mi cuarto, mi alma toda,
toda mi alma abrasándose dentro de mí,
no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza.
“Ciertamente —me dije—, ciertamente
algo sucede en la reja de mi ventana.
Dejad, pues, que vea lo que sucede allí,
y así penetrar pueda en el misterio.
Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.”
¡Es el viento, y nada más!”
Una nueva llamada, insistente. Un aleteo brusco en el aire…
un clamor de dolor… de trampa…
y su patrimonial voz rasga el cristal
y llega a mí oído como una amenaza:
— Devoción: un perverso conflicto.
El ave negra, continúa aferrada a mi ventana.
Recito el verso como si de una plegaria se tratara.
“Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras,
“sin duda —pensé—, sin duda lo que dice
es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido
de un amo infortunado a quien desastre impío
persiguió, acosó sin dar tregua
hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido,
hasta que las endechas de su esperanza
llevaron sólo esa carga melancólica
de ‘Nunca, nunca más’.”
Y grazna:
—Devoción: un perverso conflicto
Un relámpago rasga la noche
y con luz cegadora ilumina el rostro fantasmal
que continua agarrado a mi ventana.
“¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso.
¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica.
No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira
que profirió tu espíritu!
Deja mi soledad intacta.
Abandona el busto del dintel de mi puerta.
Aparta tu pico de mi corazón
y tu figura del dintel de mi puerta.
Y el Cuervo dijo: “Nunca más.” Allan Poe
Quemaban sus ojos, encendidos, mi pecho.
El estruendo del trueno hizo reverberar el cristal.
Cada palabra era una suplica
Cada verso una plegaria.
Mas, el cuervo nunca emprendió el vuelo
Y allí sigue, apostado en mi ventana.
*Licenciada en Pedagogía