Nada que decir que no estemos cansados de escuchar. Aparte de las comparaciones más o menos oportunas, entre la solvencia moral de las diferentes formaciones políticas o instituciones, como la no poco mencionada y estrella de los programas del corazón, la monárquica, en los programas de Sálvame, programas de máxima audiencia con Corinna como estrella y otros de gran audiencia, incluso a nivel internacional.
Casi todos y todas ellas con una finalidad – alcanzar el poder, fuente inexorable de la corrupción-.
No debemos pasar por alto el chalaneo entre bambalinas, sin luz, ni taquígrafos, nada democrático, que da soporte a la actualidad democrática y de la que tenemos muestras en tierras genevesas, en vuelos de gaviotas e historias varias acaecidas en unas primarias en las que triunfó un avanzado de un ex presidente llamado Aznar y en otras formaciones.
Prescindo de todas estas minucias y tiquismiquis de carácter político, más propios de tertulias a efecto de audiencias y voy a centrarme en el meollo de la cuestión.
Cuando los que nos gobiernan son los ladrones de nuestra esperanza, no podemos perdonar a los necios que nos ofrecen la nuez medio vacía y nos la da a cascar en el horizonte de la sabiduría popular.
Ahora, con un panorama en el que un 49 % , reconocido, ya se plantea el sentido de la monarquía, por esa imagen que está dando tan denigrante de un pueblo, de un país . La corrupción en la escena política en demasiados escenarios, un problema territorial que exige soluciones valientes y decididas, innovadoras y rupturistas en ocasiones con lo que hasta el momento que se ha ofrecido y dar un paso adelante y no hacia la involución o la tradición conservadora.
La democracia no es un mero procedimiento electoral . Democracia es un Estado de Derecho que funcione , con normas que funcionen y sin resquicios. Democracia es aquella que tiene órganos de fiscalización que actúen, como un Tribunal de Cuentas eficiente , transparente y rápido.
Democracia es perfeccionar el ordenamiento y robustecer el control jurídico para prevenir y sancionar las infracciones de donde vengan y de las instituciones que vengan con plena independencia.
El camino para regenerar la democracia es llegar a confiar en ella y no se lleva ese camino ciertamente, bien por unos, bien por otros. Una reforma del sistema electoral sería preciso y conveniente.
Los partidos son los nervios del sistema democrático pero han perdido la capacidad de llevar la opinión del pueblo. Es necesaria más que nunca hacer efectiva la responsabilidad de los poderes públicos que proclama la Constitución, en el artículo 9.3 , inclusive la corona ( aunque para ello haga falta rediseñar la Carta Magna).
Los gobiernos nos piden responsabilidad al pueblo soberano pero para ello, son ellos los que deben estar dispuestos a cambiar de actitudes, acciones y hechos que no coarten la libertad y que ganen la confianza de un pueblo desengañado.
Cuando se respeta lo que no puede ser respetable se pierde el acatamiento a los valores democráticos. ¿A qué degradación ha llegado esta democracia que ha demostrado ser fallida?. Seguir haciendo el paripé para seguir embaucando a los votantes no es alternativa.
La fuerza no ha de ser la última razón, fuerza económica, fuerza política, represión, manipulación. En un mundo en donde todos gritan y manejan, la fuerza ha de radicar en el diálogo, y no para que la gente trague, porque la verdad, no es un problema de los políticos, ni de los periodistas, ni del márketing . Es el problema de todos los ciudadanos, es el momento que el poder escuche al pueblo con todas sus voces y silencios.
La desobediencia, a la vista de cualquier conocedor de la historia, es la virtud del hombre. El progreso ha llegado gracias a la insubordinación, por la indocilidad y hasta en ocasiones por la rebelión, siempre que no se ha acatado el diálogo.
*José Luis Ortiz Güell, funcionario