“Lo pasado es sabido, lo presente es conocido,
lo futuro es presentido…
Lo sabido es narrado, lo conocido es expuesto,
lo presentido es predicho…”
Schelling (1775-1854)
Todos los días no son ideales en las vidas de los seres que habitamos este solar, aunque para todos salga el mismo sol por el luminoso Este empujando la oscuridad de la noche y el crepúsculo por el horizonte de Poniente sea todas las tardes el mismo y todas las noches veamos la cúpula celeste sembrada de las mismas estrellas, habitada por la misma luna, que, cada año, las Perseidas remuevan nuestra imaginación… Testigos de nuestros secretos se asienten en nuestro ánimo con categoría permanente. Son esos días en los que hemos encontrado la amistad. En ellos ha renacido en nuestro interior algo que sentíamos, pero que no acertábamos a ver con claridad… y, de repente, se ilumina nuestro entendimiento… ¿O no?
Sí. De repente. O no tan de repente. Hace algunas décadas mi compañera de piso tenía un novio, posiblemente culto, o si no lo era, al menos lo intentaba. Por estas fechas, en una época en que los reyes — ¡Los magos!—no eran tan generosos como ahora, el joven la obsequió con un libro: “La perfecta casada” de Fray Luis de León. Mi compañera, por aquel entonces, poco documentada en literatura del Renacimiento —ni en ninguna otra—, lo de “La perfecta casada” la dejó bastante confundida. En dos noches se leyó y releyó los 21 capítulos —con sus correspondientes proverbios—, del ‘ilustrativo tratado’, sin obviar ciertos sofocos y alteración del ánimo. Con exquisita sencillez el libro expone lo que debía ser la esposa “perfecta”, una secuencia de imágenes impregnadas de moral y ‘bucolismo’ que a mi compañera le producían un gran desasosiego.
“Así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender y, por consiguiente, les tasó las palabras y las razones”.
La mujer… como mujer solo importa en cuanto mantiene un vínculo de sumisión y acatamiento ante el hombre. Grande fue la generosidad de Dios: la creó para ser “ayudadora no destruidora… perpetua causa de alegría y descanso para el marido”. Debe ser religiosa y trabajadora. En su anacrónico pensamiento la mujer es vaga: “… es la mujer más inclinada al regalo y más fácil a enmollecerse y desatarse en el ocio, tanto el trabajo le conviene más”.
Poco o nada dice el humanista del ‘perfecto casado’, ni de la felicidad de la mujer.
Capítulo XVII: el proverbio lo resume: “… y no comió el pan de balde”. “No han de ser las buenas mujeres callejeras, visitadoras y vagabundas, sino que han de amar mucho el retiro y se han de acostumbrar a estarse en casa”.
“Y como los peces , en cuanto están dentro del agua, discurren por ella y andan y vuelan ligero, mas si acaso los sacan de allí quedan sin se poder menear; así la buena mujer, cuando pasa de sus puertas adentro ha de ser presta y ligera, tanto para fuera de ellas se ha de tener por coja y torpe. Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola.»
Reflexión importante —al menos una—del poeta ascético Renacentista que hoy está en vigor: que la mujer debe alimentar a sus hijos y mantener un equilibro en los nacimientos: “…no ponga en parir muchos hijos, sino en criar pocos y buenos”.
¿Qué hizo mi compañera con ‘La perfecta casada’, después de limpiarse el acelerado sudor que brotaba de sus sienes, sofocada e indignada? Envolvió de nuevo el preciado obsequio y lo acompañó de unas palabras que no fueron precisamente de agradecimiento: “No quiero volver a verte nunca más”. Adiós al libro y adiós al novio. Mi compañera, después de las exhaustivas advertencias vertidas en los veintiún capítulos, de todos aquellos atributos de los que debía estar dotada una mujer casada, optó, por mantener su independencia, su autonomía, sacudiendo el yugo de la sumisión y acatamiento que todavía por aquel entonces —década de los 60, cinco siglos después del susodicho libro— la señora condesa del Castillo de la Mota, mujer apañada donde la hubiere, decían que, “de una camisa vieja hizo un sostén para toda la vida” se mantenía en el empeño de inculcar con exhaustivo ahínco la doctrina emanada del fundamentalismo de la FE, refrendados por una iglesia inmovilista y reaccionaria, afín al régimen al que ‘bajo pallîum’ , refrendaba y con hisopo bendecía sin sonrojarse. A esa clase de privilegiados a los que no les interesaba que las niñas aprendieran a leer y a escribir, a excepción de coser y cocinar; en tanto las de la clase pudiente, tan despreciada como asumida podían recibir una instrucción más completa, incluso incorporando materias como idiomas y música.
Si “La perfecta casada” era un fiel reflejo de la España de la segunda mitad del siglo XVI, la católica España de Felipe II “en cuyos dominios no se ponía el sol”, y así lo fue hasta bien entrado el siglo XX, (sin barcos ni dominios), a excepción de dos intentos de cambiar el inmovilismo que siempre azotó a un país condenado a la penuria cultural, a las desigualdades entre hombres y mujeres, al raquitismo de mentes obtusas que han preferido vivir de rodillas que abrazar la libertad hacia una igualdad y un respeto que favoreciera la convivencia a través del diálogo y la concordia. Pues no, no fue así. Un iluminado, se erigió en dios, y cambió el panorama de un país democrático por un país autoritario después de una cruenta cruzada sembrando, terror, dolor, odio, lágrimas… Los privilegios de unos siempre fueron la miseria de los más y las trabas al progreso siempre tienen el mismo cuño.
Si durante casi cuatro siglos y medio el catecumenado del Fray estuvo en vigor… en la década de los 50 del siglo XX se iluminaron los horizontes de negro-purpúreo con “La guía de la buena esposa” o con el manual de la Sección Femenina de la FE y de las JONS, un compendio con veinte principios o normas, que la mujer debía cumplir por la felicidad de un marido… Sería absurdo transcribirlos —últimamente proliferan en demasía por las redes.
En los años 60, cuando la mujer hacia el Servicio Social, émulo fascista del servicio militar masculino, a cada una se le entregaba un manual de “buenas prácticas” para inculcarle la sumisión y la humillación sin clemencia: «Si sugiere la unión, accede humildemente, teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu parte es suficiente para indicar cualquier goce que haya podido experimentar». “Déjalo hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos”. «Si tu marido te pide prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes».
La Sección Femenina adoctrinó a la mujer para cercenarle cualquier deseo de emancipación, de rebeldía, de derecho… Tras los logros de libertad conseguidos en la II República, en cuyo período había conquistado el derecho a votar, derecho a recibir una educación idéntica al varón, tener presencia en los puestos públicos…, el propósito de la dictadura fue conducirla de nuevo al ‘redil doméstico’, convertirla en procreadora después de la devastadora hazaña —un millón de muertos, medio millón de exiliados, más de un cuarto de millón de desaparecidos… —, enterrar sus ideales de igualitarismo, convertirla en una población ‘inactiva’.
El nuevo régimen necesita reconstruir su patria con su carencia de ideales y tradiciones socavados por la ideología disoluta de la época republicana.
«Todos los días deberíamos de dar gracias a Dios por habernos privado a la mayoría de las mujeres del don de la palabra, porque si lo tuviéramos, quién sabe si caeríamos en la vanidad de exhibirlo en las plazas».
«Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles».
«La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular —o disimular— no es más que un eterno deseo de encontrar a quien someterse».
Solo son “lindeces” de la señora Pilar Primo de Rivera y sus acólitos, que en paz descansen, si encontraron el lugar y pueden. Que la razón sea la que conduzca y protagonice el diálogo, del entendimiento, el consenso… y no a la obstinación de derogar normas o leyes que damnifican los derechos de la mujer, o todos los relacionados con el libre ejercicio de la orientación sexual. Algo inaceptable después de tantos años de lucha, de dolor y tanta sangre derramada.
Suenan trompetas que pueden estar anunciando una involución después de 40 años de lucha por el derecho a la libertad, a la igualdad, al respeto, a una educación, a un trabajo digno… ¿Tienen una necesidad imperiosa de dinamitar los derechos y libertades alcanzados? Parece que ciertos sectores de la sociedad no son conscientes del tortuoso camino recorrido, ni del que queda por recorrer para que las portadas de prensa y apertura de telediarios —un día sí y otro también—, recojan luctuosas noticias.
Ninguna sociedad civilizada debiera cuestionar derechos que por imperativo natural a todos pertenecen por igual, para los cuales no debiera ser preciso legislar de forma específica, pero la realidad es bien distinta, y las leyes no solo son necesarias, sino deben ser aplicadas con rigor y cumplidos sus mandatos.
*Dalia Coira Cornide es Licenciada en Pedagogía