Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Gabriel Celaya
Ningún escritor represaliado, condenado o prohibido, lo es por su condición de escritor sino por sus ideas, esas ideas que esgrime con su pluma y su palabra; y por su significación política o ideológica, contraria o crítica con el régimen que le encarcela, le prohíbe o le silencia.
El dilema de si el escritor debe tomar posición frente a los problemas contemporáneos o atender a su mundo interior ha estado siempre presente: la pregunta arranca de Platón, pero ha tomado un cariz especial a raíz de las guerras mundiales, los genocidios o la degradación de las relaciones humanas y de la naturaleza, y retorna ahora con fuerza en estos tiempos de deriva ideológica, receso de las conquistas sociales y avance de un capitalismo inmisericorde, que, como ya advertía Beltord Bretch, tiene en el fascismo su hijo más amado.
El debate acerca de la transformación de la sociedad a través del arte sufrió un gran impacto con la aparición de ¿Qué es la literatura? (1948) de Jean Paul Sartre. Lo primordial de la literatura es servir a la comunidad, y eso es lo que platea el autor en esta obra, proponiendo tres preguntas: ¿Qué es escribir?, ¿Por qué escribir? y ¿Para quién se escribe? En definitiva, se escribe para revelar la relación del hombre con el mundo, lo que implica que se escribe para el público (contemporáneo) y, además, con el objeto de incitar a quienes nos rodean a tomar postura ante lo que se tiene delante. De este modo la literatura tiene el valor de representar, frente al adormecimiento, la evasión y el desencanto, la búsqueda crítica, la solidaridad y la esperanza.
Han sido, son y serán muchos los escritores e intelectuales que consideren y defiendan que la literatura, al igual que el resto de las artes, debe permanecer alejada de la verdad y preocuparse únicamente por la belleza, evitando así un posible y peligroso contacto con la ideología.
Pero también han sido, son y serán muchos los que creen que sin verdad no puede haber belleza; y, más aún, que sin belleza no puede haber verdad. Son estos autores, que podemos denominar comprometidos, los que hacen suya la triada de Platón (verdad, bondad y belleza) considerando que el artista es un testigo de su tiempo, que deja testimonio a través de su obra ligando íntimamente, indisolublemente la dimensión ética y la estética.
Es fácil decir que se manipula políticamente la figura de un autor que se ve privado de la libertad o de la vida, cuando aquellos que pensaban como él le homenajean o le dignifican por compartir los mismos ideales. Podemos intentar desideologizar un texto literario, o tildarlo de panfletario si nos resulta imposible y sus ideas no nos gustan. Pero las ideas forman parte de la literatura, son inseparables de las palabras que las transmiten y las dan forma. Si Lorca hubiera pensado de otra manera sobre la falsa moral y hubiera tenido un concepto distinto de la libertad o la sexualidad, ¿hubiera escrito La casa de Bernarda Alba, o Mariana Pineda, o Poeta en Nueva York? ¿Hubiera escrito Miguel Hernández poemas como “El niño yuntero”, “El hambre”, “Andaluces de Jaén”,” El tren de los heridos”, la “Canción del esposo soldado” o “Las Nanas de la cebolla”, sin su concepto de justicia social, su participación activa en la guerra civil, y su acercamiento a las clases más humildes identificándose con sus reivindicaciones y su lucha social? ¿Hubiera escrito Max Aub una obra como Los campos sin su terrible experiencia en Albatera y los campos de concentración franceses donde agonizaron miles de republicanos, de los que él formaba parte?
¿Podría un autor de ideología filofascista escribir Madre Coraje, o Redoble de conciencia o La peste? ¿Nacen de la misma indignación Belleza cruel o El palacio de plata? A lo mejor hay quien me argumenta que sí, y que las experiencias vitales y la postura política o religiosa no influyen en la gestación de una obra de arte. Pero yo discrepo, y discrepo desde el conocimiento y el estudio, no desde una posición personal, que también sería válida. Discrepo porque el texto literario no son sólo palabras bien engarzadas (condición que también es imprescindible, aunque la voluntad artística del autor pueda ser buscar la fealdad y la irreverencia en un momento dado). La literatura tiene alma, en ella laten las ideas del autor: su concepto de la vida y de la muerte, su idea de la moral, de la religión, de las costumbres, del amor, de la familia, de la amistad, de la injusticia, de la libertad, de las relaciones entre el hombre y el entorno, de la producción, del trabajo, de la belleza…
Si los autores no transmitieran en su obra su particular forma de ser y estar en el mundo, su visión de la época que les tocó vivir, la literatura no hubiese sido siempre tan peligrosa, tan perseguida, tan censurada…
¿Basta sólo con dominar la técnica, con ser un buen orfebre, un cincelador de la palabra? Para que un escritor nos conmueva, nos sacuda y forme parte para siempre de lo que realmente somos, no vale con que nos guste cómo escribe, tiene que hacernos temblar, tiene que dejar en nosotros una huella, tiene que despertarnos, hacernos vibrar, desordenarnos; o dejarnos exhaustos, o impactados, o deseosos de abrazarnos a él y a sus palabras. ¿Comunicación? ¿Conocimiento? ¿Belleza? Todo eso y mucho más. La buena literatura es la que nos acompaña en nuestra formación y nos sigue enriqueciendo cada vez que acudimos a ella en busca de consuelo o de descanso, la que nos acoge en los destierros y nos acuna en las derrotas, la que nos adormece en los insomnios y nos reconforta en los naufragios.
Dime qué lees y te diré quién eres. Podemos conocer a las personas no sólo por sus palabras sino por sus lecturas. Es posible reconocer el dominio de la técnica, la belleza formal, venga de quien venga…pero no por eso dejamos que un autor forme parte de nosotros, de lo que nos define y nos hace ser y estar. Somos muchos los que creemos en la literatura como gran transmisora de ideas y valores, no sólo de belleza. Los que queremos leer y crear una literatura comprometida con el tiempo que nos ha tocado vivir, y guardiana de la memoria de los que nos precedieron en el mismo intento. Somos muchos los que sabemos dónde estamos y con quién no queremos estar. Lo demás es sólo el eco de la vanagloria, y el ruido lejano de los cascos que anuncian la llegada del próximo elegido de los dioses.
*Marisa Peña. Profesora de secundaria, poeta y activista de la memoria.