Hablan de la modernidad, de Europa, del viejo Continente y de los Estados Unidos como símbolos de renovación y de progreso, pero en ocasiones la realidad nada más lejos de lo que nos muestran.
Sí, a eso se refiere este artículo y habla de las valientes mujeres que llegaron a ser Presidentas de sus países y que destacaron por su gran entereza y labor. La primera de ellas no fue de ninguna de las tradicionales cunas de civilización y de la modernidad como la concebimos actualmente fue allá por el lejano 1960, en donde el machismo imperaba libremente y en Sri Lanka una mujer destacaba desde que fue nombra Presidenta y se llamaba Sirimano Bandaranaike y ciertamente consiguió importantes logros que aún son recordados. El salto siguiente fue en América del Sur, cuando una María Estela Martínez Perón llegaba al poder en 1974 pero unos golpistas militares la apartaron de su cargo, allá por el año 1976.
Una Presidenta que formo una mítica imagen que aún se recuerda y que es icónica. En 1979 y hasta 1990 es en Europa cuando aparece la tercera Presidenta del mundo y se llamaba Margaret Thatcher, de tendencia conservadora pero que aún se le recuerda y que falleció en el año 2013.
El año que dejó ella el poder volvió a ser protagonista nuevamente América del Sur con la Presidenta de Nicaragua Doña Violeta Barrios Chamarro, la primera Presidenta electa de toda América, que el pasado día 18 de octubre cumplía 90 años y que tan grandiosa labor realizó en Nicaragua desde la libertad y la democracia y a la que de forma soberbia le dedica un artículo el gran escritor, poeta y periodista Carlos Jarquín en diferentes publicaciones y en la que me inspirado para escribir este artículo. Adjunto enlace para los interesados en leerlo:
En ocasiones olvidamos que la verdadera cuna de la modernidad se encuentra en América del Sur y Centroamérica, especialmente en lo que se refiere en política y en su márketing político y que el viejo continente y hasta la misma América del Norte en ocasiones sigue su estela.
Por desgracia y con gran pesar arrebatándole su protagonismo para atribuírselo ellos, tanto Europa como Estados Unidos e ignorando una realidad que, desde aquí, desde esta columna reivindico para sus verdaderos protagonistas.
Todo presidente de cualquier país se dedica a dos trabajos simultáneos: gobernar el día a día y preparar su lugar en la historia. Es lo que se llama legado. Cuanto más se acerca el final del mandato de un presidente, más se habla —sus partidarios, sus detractores, los periodistas— del legado. ¿Qué quedará de ellos, de ellas? ¿Qué huella habrá dejado? ¿Cómo habrá transformado el país?
En algún tiempo, espero que poco, cuando las adhesiones partidistas se hayan difuminado y los estudiosos más jóvenes, y sin la carga de la memoria de este momento particular, el peso del machismo y la fuerza de la igualdad entre sexos empiece a instaurarse controlen cómo se determina el legado, veremos que a esas mujeres se les recordará como pioneras. Los futuros estudiosos se maravillarán de cómo esas valientes mujeres, que en su momento fueron tan discutidas al mismo tiempo que realmente no hacían muchas cosas controvertidas, algo que deja en mal lugar la retórica sobreexcitada de la política y de la sociedad machista y su actitud bastante timorata respecto al liderazgo político y a la acción.
Gracias a ellas, gracias a América del Sur, Centroamérica y sus gentes y su capacidad de innovación al que les dedico esta columna y artículo de opinión.
*José Luis Ortiz, funcionario