Tenía quince años… cuando se cruzó con él en el patio del Instituto. Era el chico más atractivo, más alto, más sensual, más… más, que Mimí había visto en su corta vida. Y él, en el mismo instante en que olió su candidez, le guiñó una historia de cuento de hadas, y la vistió de princesa.
Silencio a concesión, sin percatarse, Mimí dejó de compartir complicidad con sus amigas y amigos, de escuchar a sus padres, de saludar al espejo y visitar su armario, de estudiar y organizar su futuro… dejó de tener sueños, porque él era el dibujante que diseñaba su existencia.
Cuando él tuvo su voluntad en propiedad exclusiva, le regaló un anillo con el que la encerró en una almena de su castillo doméstico. Le obsequió tres príncipitos a los que ella cuidó amorosamente… y escondió de los insultos, las humillaciones, los golpes, con los que él le otorgaba realeza… a diario.
Mimí… caminaba descalza por la playa sintiendo la suavidad de la arena perlada, que mitigaba el cansancio de ir siempre de pie, la fatiga de su mente, y el desplome de su alma. Aquel día cumplía sesenta y cinco años… había llegado el momento de su jubilación. Había trabajado de ama de casa (ama de nada), soportando jornadas laborales de odios susurrados al oído y escupidos a la cara, de golpes cercenando el grosor de su piel, a tiempo completo, muchos días, muchos meses… Cincuenta años sobreviviendo para dar una vida feliz a sus hijos, por miedo a él, por miedo a… por miedo.
Él llegó a casa colérico y egolátrico, igual que lo había hecho los últimos cincuenta años. Entró en el comedor y vio la mesa engalanada con velas, flores, la vajilla de las fiestas… y champagne. Mimí lo esperaba sentada a la cabecera de la mesa, vestida con su traje de novia. Cuando él reparó en su vestido, escupió una hiriente carcajada, y le dijo: “ Si es nuestro aniversario, que sepas que no tengo nada que celebrar ¡Ah, sí!… Los muchos años que llevo indigestado y asqueado por tu presencia, estúpida”.
Mimí, con un delicado gesto, le invitó a tomar asiento, le sonrió y le dijo: “ Vamos a celebrar que hoy es mi último día en tu castillo, príncipe desteñido… destronado. Me marcho”. Él se levantó, se acercó a ella, le coloreó la cara con su mano, y Mimí, por primera vez, se defendió, lo empujó y lo apartó. Él se abalanzó sobre ella, la sujetó por el cuello y apretó… y apretó. Mimí cayó de espaldas sobre la mesa y sobre el trinchador de la carne, que sujetó con su mano… y, con firmeza, se lo incrustó … en el corazón. Su vestido se tiñó de rojo… y Mimí gritó de terror.
MIMÍ: ¡Dios, Dios… qué pesadilla! ¡Mamá, Mamá, por favor! ¡Oh, cielos! He tenido un sueño horrible. Era una mujer mayor y…y me casaba con mi novio, y… y me maltrataba, y… y cuando quise escapar intentó estrangularme, y… y yo me defendí, y… y lo maté.
Por la mañana… Mimí arropó su juventud con un precioso vestido rojo, con escote palabra de honor y una pequeña falda de tul. Aquel era el vestido que se puso el primer día que salió con él, y que él… le “ aconsejó” que guardase en lo más hondo y oscuro de su armario… porque parecía una meretriz de barrio. Después, buscó su agenda y le devolvió los nombres de sus amigas y amigos, aquellos a los que él… borró de su mapa afectivo. Cogió su rosa mochila, la llenó de libros y sueños, y se marchó al Instituto… a vivir su propia vida.
Él la esperaba en una esquina de la entrada al Instituto, igual que los últimos cinco meses, solo en su oscuridad, en su autismo social. Mimí se acercó a su grupo de amigas y amigos y los abrazó. Cuando él vio su vestido y cómo ella lo ignoraba, se envolvió en un huracán y se aproximó a ella. Mimí extendió su brazo, lo detuvo, y le dijo: “ No vuelvas a acercarte a mí, becario de secuestrador, aprendiz de ladrón, macho maltratador, porque si lo haces…” Mimí, guardó silencio un instante, metió su mano en la mochila, quitó un trinchador de carne, y continuó diciendo: “… Si lo haces, este souvenir de cocina acabará incrustado en tu negro corazón”.
Él, sin entender aquella repentina rebeldía de su princesa, bajó la cabeza, e igual que hacían todos los cobardes… huyó.
Mimí, desde lejos, le gritó: “ No olvides lo que dijo Sabina: ¡Las niñas ya no quieren ser princesas!”.
Un beso al cielo para todas las que no lo lograron, y duermen por siempre bajo una lápida rosa. Y una caricia de letras para las que lucharon, y luchan, contra el machismo, la desigualdad, el maltrato… la violencia de género, y sujetan la puerta. Hablo de tu abuela… ela, de tu madre… adre, de tu hija… ija, de tu amiga… iga, de tu desconocida…ida, de ti… ti, y de mí… mí. Pero…pongamos que hablo de Mimí.
Copyright- María Purificación Nogueira Domínguez.