Millones de personas, mujeres y hombres jóvenes y ancianos, niñas y niños, sacaban los brazos por los barrotes de las jaulas de madera, que se deslizaban por las vías férreas, gritando silencios con lágrimas de auxilio. Su pecado, su delito, ser judíos, víctimas del nazismo, que por odiar a aquella gente… los sentenciaron a muerte.
Los engendros del mal… seleccionaban a los judíos más jóvenes y fuertes para trabajar como esclavos, a las mujeres para servir sexualmente a los soldados, a los músicos y artistas para su distracción, a los científicos y sabios para robarles información… a las niñas y niños más hermosos, rubísimos y de ojos azulísimos, los tomaban en “adopción” para honrar al Estado, uniformados, lobotomizados, convertidos en auténticos arios, y… a los ancianos, a los discapacitados, a aquellos que no alcanzaban su limpieza étnica e intelectual, “ su perfección”, no les hacían selección, los conducían a miles, un día tras otro, a las cámaras… de “desinfección”.
¡Chucu chucu… chucu chucu… chucu chu!… sonaba el tren en el genocidio judío. ¡ Chucu chucu… chucu chucu… chucu chu!… sonaba Lili Marleen en sus oídos.
Corría el aliento del Coronavirus… en el año 2020, y se paraba a respirar con dificultad el mes de Marzo, cuando la pandemia era un hecho sin discusión, y los nuevos nazis, totalitarios y absolutistas de crueldad, decidieron que los ancianos, los discapacitados, los menos “ necesarios”… tenían que ser “ sacrificados”. Condenados a morir en los geriátricos, en las residencias, sin conducirlos a un hospital, sin un solo intento sanitario… sin auxilio vital. Ahogados, galopando sus corazones, doloridos, febriles, así los dejaron los nazis del presente, que cambiaron botas y uniformes militares, por vestuarios de gobernantes… legalmente autorizados.
Los hijos de la gobernabilidad, condenaron a los vulnerables a morir en soledad, con el silencio como único amigo, con la muerte llamando de habitación en habitación, y ante la que… no tuvieron más opción que la rendición. Así se fueron… solos, sin una explicación, igual que los judíos en los campos de concentración. Protocolos de poder, jerarquía de bandera… con dos tibias y una calavera. Selección artificial… muerte y olvido para los abandonados al virus. Los miserables que lo hicieron no tienen madre ni padre, abuela ni abuelo, porque la única genética que reconocen… es la del poder y el dinero. ¡Carniceros, buitres carroñeros!
NIÑA: Abuela… ¡que no te ibas a morir me prometiste!
ABUELA: No me he muerto, querida… me han matado. Han acelerado mi calendario, han tachado los días, meses, y, tal vez, años, que me quedaban por dar amor… y han roto sus páginas sin ningún pudor.
NIÑA: ¿ Por qué, Abuela?… ¿ Por qué os dejaron morir?
ABUELA: Porque éramos improductivos, porque le salíamos caros al país, porque, esos hijos de algún Dios bastardo, desconocen la caridad, la empatía, la nobleza, la gratitud… la humanidad. Auxiliaron a los ricos y poderosos, y a los pobres proletarios que, con el esfuerzo de toda una vida de trabajo tenaz, pagamos sus ricos salarios… nos dejaron morir sin paz.
NIÑA: ¿ Quiénes han sido, Abuela?
ABUELA: Los mismos que son siempre. Los que privatizaron los hospitales, menguaron a los sanitarios, escondieron el bienestar público en sus bolsillos… ¡qué se mueran los ancianos, los discapacitados!… para ahorrar en pensiones, medicamentos y atenciones. Los que siempre han diezmado lo público en favor de lo privado. Esos que llevan pistola… y le hacen un guiño a la insolidaridad, fachas de pronóstico reservado… con carnet para matar. Esos… esos endiosados, tarados, que se creen de una raza superior, poseedores de la razón, y una honestidad… de la que nunca han oído hablar. Poco han cambiado en su forma de “actuar”. Antes, a los “sobrantes”, a los “incómodos”, los dejaban tirados en las cunetas. Ahora, los envían en un tren hacia… la eternidad.
Y… una lágrima de niebla cayó de los ojos velados de la abuela y rodó por el cristal del marco, en cuya fotografía abrazaba a su pequeña… La nieta apretó contra su pecho el retrato de su abuela, y una lágrima de amor salió de su corazón y se unió a la de aquella “señora mayor”. Dejó el retrato sobre la almohada, cogió una varita mágica, que reposaba dormida sobre una mesa, y comenzó a darle vueltas alrededor de su cabeza: “ ¡Varita, varita mágica, por el poder de la Ilusión, yo te pido, por favor!… Que los que mataron a nuestras abuelas y abuelos, a nuestras madres y padres, a los más inocentes y dependientes… que la única sentencia a su “falta de” juicio sea condenatoria. Que el tiempo se acelere ¡ya! Que, en segundos, sus sienes se blanqueen, sus ojos se llenen de patas de gallo. Que se cubran de una ancianidad repentina, y que sus brazos y manos, sus piernas y pies… se conviertan en patas de gallina. Y… que, sin la menor protección, se vean en la misma situación, abandonados en un geriátrico sin la menor atención. ¡Psicópatas, hijos de… un Dios exterminador!”. La niña recostó su dolor sobre la almohada… y esa noche no rezó.
¡Chucu chucu… chucu chucu… chucu chu !… sonaba en el sollozo de la noche el silbido de un tren que viajaba hacia El Cielo, y, desde una ventanilla de estrellas, la abuela decía: “¡ Adiós, pequeña!”.
¡Cuchu chucu… chucu chucu… chucu chu !… sonaba el tren del genocidio geriátrico del virus humano de la desafección, y se escuchaba de fondo… el Himno Español.
“ Casi siempre, a las acciones de los malvados las persigue primeramente la sospecha, luego el rumor y la voz pública, la acusación después y, finalmente, la justicia”. (Cicerón)
Autora: María Purificación Nogueira Domínguez.