
Una sociedad que asume convivir enlodada en el odio, es una sociedad que agoniza como tal. Que camina obcecada hacia el salvajismo y la ley de la selva. Una sociedad incapaz de alzarse con determinación frente al odio y la violencia es una sociedad que asume su estado terminal.
El ultimo desafío a la sensibilidad colectiva y a su armonía es él envió de una navaja ensangrentada a una diputada y ministra de un gobierno democrático y constitucional. Que esto se conozca tras él envió cartas amenazantes acompañadas de balas de calibre militar al ministro del Interior, a un ex vicepresidente del Gobierno y candidato en las elecciones autonómicas madrileñas y la Sra. Directora General de la Guardia Civil muestran que sus autores se siente amparados por una confortable impunidad que alienta su insolencia criminal. Actores, simples mafiosos ejecutante de tales desafueros, que se sienten respaldados por padrinos que al parecer las investigaciones oficiales tienen severas dificultades para detectar.
El discurso y los actos del odio son las formas más execrables que se pueden utilizar en política. El nazismo fue buena muestra de ello y los comportamientos a los que estamos asistiendo son factura de tan mísera escuela. Carteles contra los menas que recuerdan los usados contra los judíos. Coacciones a políticos democráticos en el ejercicio de su función. Ensuciar los procesos electorales robando el debate para instalar la crispación. Los nazis usaron con el mayor cinismo todos estos medios e hicieron de la mentira oficio acusando del incendio provocado por ellos en el Reichstag a socialistas y comunista mostrando una indecente hipocresía al clamar indignados contra lo que era su propia obra.
Nauseabundo es oír a la Sra. Monasterio anunciar que se personaran como acusación en estos actos delictivos… Se hace muy difícil al hablar de la esta señora no recordar de la mitología griega, a la diosa Atea…Algo que el idioma griego traduce como ser que personifica la maldad, el engaño, la ruina, la insensatez.
Auparse en el odio, trepar a través de su viscosa escalera, intentar incitar a las masas al odio no es ya una inmoralidad y un crimen, es una brutal estupidez en un pueblo con nuestra biografía. Y desde luego, mostrar de forma dramática que no somos capaces de purgar nuestros demonios interiores con el dolor y la tragedia ya vivida. El odio si algo es, es demostración palmaria de la carencia del menor rastro de inteligencia.
Recordando el desquiciamiento emocional, el odio irracional de la Sra. Monasterio pidiendo echar de los estudios de la SER, de la política y de España a un político de una formación democrática y candidato en unas elecciones democráticas, es obligado tener presente que quien es capaz de odiar a una persona no tiene problema en odiar a millones… Algo que se puede entender fácilmente al ver el tenor de los wassaps de determinados militares de alta graduación en la reserva.
La incitación al odio es demencia y cobardía Proyectar odio racial, social, político, es muestra de como seres de apariencia humana abandonan esa epidermis y abdican de tal naturaleza. Un odio que se exacerba cuando se enfrenta a la posibilidad de otras visiones que invitan a evolucionar hacia un mundo mejor y más justo. Tras ese odio está la ignorancia. Por ello sus primeras víctimas son la educación y la cultura.
Estamos en el filo de la navaja de la quiebra de la armonía colectiva. Con riesgo evidente de severos daños a la democracia. Las papeletas que el 4 de mayo inunden las urnas madrileñas pueden ser brisa de conciliación, de compromiso democrático, o legitimación como en los años treinta en la Alemania pre-nazi, de un horizonte azaroso en el que anide el huevo de la serpiente.
En una rotunda condena casi general a estas coacciones criminales que se suceden contra servidores públicos electos por la ciudadanía en el ejercicio de sus funciones en las más altas magistraturas y al candidato en un proceso democrático, es sonoro el silencio del Jefe del Estado. La carencia de un pronunciamiento, o noticias de una llamada de solidaridad y aliento a los afectados, muestra una falta de empatía, o una indiferencia que podría tener una lamentable interpretación.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.