
Gabilondo en plena soledad tras el fracaso descomunal de la estrategia del brujo de cabecera, “I-VAN muchas”, apenas contó con la solidaridad del Ministro de Universidades Sr. Castells, (miembro de los socios de gobierno), que se acercó a su lecho de muerte (política) velando la agonía del compañero académico.
Es muy poco edificante el abandono de un compañero de viaje en la derrota. Tanto como desplazar de la sede partidaria el seguimiento de la noche electoral en previsión de la debacle, creyendo con estúpida ingenuidad que con ello se aleja contaminarse de ella. Decepciona ver los desaires y la cobardía de rehuir las consecuencias de errores inducidos, haciendo responsable único al candidato de una sarta de disparates estratégicos, ajenos a su cosecha y de los que era mero interprete.
Tras el clamoroso éxito de la Sra. Ayuso, coronada por los votos populares, sus corifeos y alguno espontáneos no dudan en considerarla genial política, revelación de una época. La triste realidad es que sigue siendo tan irresponsable y necia como hace unos días, pero, eso sí con las alforjas llenas de votos. Si alguien tiene la tentación de creer otra cosa, pareciera un error. Esta señora no es la Merkel española. Para serlo necesitaría ser una demócrata, tener inteligencia propia, sentido de estado, arrestos para mostrar empatía en temas sociales, derechos colectivos, emigración, y rotunda firmeza frente al neofascismo.
Se zanja el pleito capitalino con otra víctima. El Sr. Iglesias Turrión. Sarcástica metáfora de la realidad madrileña que una persona –que puede gustar o no-, pero con una hoja de servicios impoluta y una cabeza muy bien amueblada se vea en la tesitura de abandonar la política, mientras que alguien que tiene un escalofriante relato pendiente en las residencias de ancianos o el manejo de la salud pública, que impone condecoraciones a una persona de dudosa ejecutoria, que su nombre está asociado a actuaciones que bordean la legalidad peligrosamente, sea elevada a los altares de la Real Casa de Correos.
Entusiastas que parecen salidos de tiempos del borbón más innoble, Fernando VII, encantados en atrasar dos siglos atrás aúpan con fervor una dirigente que semeja salir de la camarilla fernandina. Se muestran encandilados cuando la tal señora como hacia el tal borbón, metafóricamente, se aplica a cerrar las universidades y abrir escuelas de toreo.
El Sr. Gabilondo con el pésimo libreto que le pusieron entre manos estrategas que juzgan la política ajedrez, diseño de despacho sin el aliento del pueblo en la cara y a rebufo de severos tropiezos previos, se desangró en unas urnas que entregaron sus vientres a la España cañí y de las cañas. De “charanga y pandereta, cerrado y sacristía”. Su última clase política, pronunciada con escasa convicción no consiguió captar la atención de su alumnado más atraído por la chocarrera chulería y desparpajo frívolo de la lideresa.
El Sr. Iglesias, viendo cada día que asaltar los cielos es tarea demasiado compleja para un simple mortal, aunque tenga su finura intelectual y su ánimo combativo, vio que a la vez que menguaba su peso en un gobierno de coalición al darse de bruces con la realidad, menguaban las mimbres maestras que le ayudaron a tejer la ilusionada cesta donde tantas ilusiones y esperanzas pusieron millones de compatriotas ávidos de un horizonte distinto. El coro inicial se hacía monologo y algunas equivocas decisiones personales en embarazosa contradicción con su discurso, erosionaron en parte su auctoritas, algo que no dudaron en recordarle algunos de sus críticos internos.
Es meritorio su estoicismo ante la desmedida lluvia de improperios de infamias, de odio volcado sobre su persona y su familia. Un caso de ensañamiento y persecución difícil de hallar parangón. Acoso, infundios, difamación, descalificaciones viles fueron su pan de cada día. Su personalidad no deja indiferente y fue un revulsivo en la política española. Quizá erró cual hizo el Sr. Rivera, al cegarse en el espejismo de un posible sorpasso a sus rivales, lo que les llevo a desatender lo próximo y la estructura y solidificación de la base partidaria.
Salió de la política con elegancia y decencia militante. Consciente del fracaso de su último sacrificio por su organización, volcándose en acaudillar las huestes moradas evitándolas verse en similar tesitura a la de las veletas naranjas, como fuerza extraparlamentaria en Madrid.
Quizás Gabilondo e Iglesias en algún momento, en algún café confortable y recogido, en la zona de los Austrias, o en sede universitaria, reintegrados ambos a las labores docentes, compartan conversación sincerándose sobre sus grados de decepción, desengaño y cansancio de una actividad tan apasionante como agotadora, la política.
Aunque a las conclusiones lleguen por vías muy distintas, en lo que seguramente coincidan sea en musitar no sin melancolía la frase que se atribuye al jefe galo Breno tras ser derrotado por los romanos…”Ay del vencido”… En el caso del profesor soso, serio y formal, quizás martillee siempre en su cabeza la cantinela triste de Ferraz parodiando a Augusto…”¡Quintillo Varo, devuélveme mis legiones!”…
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia.