
La experiencia de la emigración, en especial si se procede del asilo político, es normalmente trágica y dolorosa y afecta a millones de personas que huyen de guerra, de dictaduras o de las peores tiranías y que se llama pobreza.
En menos de un mes ya me he topado con dos casos, uno de Venezuela y otro de Cuba.
Tuvieron que vender su casa, la que les había costado años de sacrificio para costearse el vuelo para venir a España. Familia que tenían en Miami, le prestaron dinero para que pudiera pagarse al principio los gastos de alquiler para tener una casa y un techo.
Le obligaron a pagar por adelantado ocho meses y no les facilitaron contrato alguno. En las tramitaciones se les exige el Padrón Municipal, como domicilio para recibir las notificaciones y el propietario les estafo.
No podían denunciar, pues serían devueltos a un infierno, del que no saldrían, y si se quedan están perdidos en un limbo en el que no tienen derechos, ni pueden trabajar.
Abandonar una tierra es un incesante duelo, una confrontación entre el nativo y el extranjero, rico y pobre, un juego en definitiva de conciencia.
La tierra en la que quiero vivir se llama dignidad. Alguien no hace mucho me preguntó “¿Qué es eso?” y yo le respondí “un poema de vida y esperanza”.
Ser emigrante es un viaje hacia la emoción intima de la persona y hacia la comprensión de la verdadera esencia del ser humano.
Debemos tener, como personas, la ambición de desterrar de la vida la pobreza e ingresar en la dignidad y en la libertad.
Desgraciadamente ya se está observando como los refugiados de Ucrania, están siendo utilizados y engañados por redes de “trata de blancas” en diferentes países a los que se están encaminando.
Es tan caro el precio de ser emigrante y tan doloroso en el que se aprovechan esas alimañas que se alimentan del dolor y la desesperación. No tengo palabras y si mucho dolor, rabia e impotencia pues los que tienen que asumir responsabilidades no lo hacen.
¿Quién puede decidir dónde vivir por los demás? Millones de personas indefensas que buscan refugio en otros países, que no buscan ayuda, ni quieren ser refugiados sólo desean ser tratados como personas libres, con la dignidad propia de todo ser humano, y decidir su propia existencia. Una realidad que viven millones de personas en un planeta que desgraciadamente envenenan gobiernos con políticas restrictivas y que otros gobiernos presionan con tiranías, miedo y “no-democracias” (dictaduras para los que tenemos más años).
*José Luis Ortiz Güell, funcionario