“PORQUE YO LO… PAGO”.-María Purificación Nogueira Domínguez.

En El Principio… los machos de Homo sapiens utilizaban a toda hembra que se les pusiese por delante… y por detrás, para sustentar su salvaje voracidad sexual. Tenían dos apetitos básicos: el de la comida, que solventaban cazando animales, y el sexual, que calmaban violando hembras. Los Homo sapiens se mezclaron y aparearon con los Neandertales y heredaron un gen primitivo… simiesco. El mono que llevaban en su interior era de tal ferocidad que opacaba su naturaleza humana. La evolución de los Homo sapiens propició un cambio en la conducta sexual de aquellos selváticos seres.  Ya no violaban a las hembras, las elegían para ser sus compañeras sexuales y las madres de sus crías. Algunos Homo sapiens tenían varias hembras en propiedad y, a cambio de su protección, las ofrecían a otros machos para su disfrute sexual y les cobraban en alimentos y otros favores. Y… así surgió el “oficio” más antiguo del mundo: La Prostitución. 

En la Edad Media… las mujeres que no pertenecían a una familia noble o pudiente, las que tenían familias muy pobres y las que no encontraban esposo, tenían tres alternativas: hacerse religiosas, ser esclavas domésticas de los nobles y acaudalados… o elegir “el camino de la perdición”. Era la prostitución de supervivencia. Ni el poder feudal ni la Iglesia tenían interés en terminar con la prostitución. Era primordial mantener entretenido al populacho para que siguiese sometido, así que… sexo y vino. Los nobles y los adinerados y poderosos tenían en sus palacios y castillos a sus “Doñas”, esposas que, para el disfrute sexual, alternaban con las cortesanas, que disponían de todo tipo de comodidades y lujos. La prostitución de las mujeres humildes y de las campesinas era inhumana. La gran mayoría contraía enfermedades venéreas y si eso no las mataba, lo hacía el alcohol, el hambre, los malos tratos… y los asesinatos. En ocasiones, La Inquisición hacía una “ caza de brujas” en lupanares y tabernas y quemaba en hogueras públicas a unas cuantas prostitutas, para dar a la plebe ejemplo de moral y religiosidad… Y miraba para otro lado cuando se trataba de meretrices de nobles,  adinerados, militares… o eclesiásticos.

En la Edad Contemporánea… cuando la mujer consiguió derechos y formó parte de la sociedad trabajadora, la prostitución siguió manteniendo una posición privilegiada. Durante la dictadura española tuvo su mayor auge porque, pese a rechazarla con su hipocresía habitual, los fascistas machos hacían tanto uso de ella como los primigenios homo sapiens. Le lavaron la cara a la prostitución, la maquillaron y la hicieron desfilar por pantallas de cine y televisión. Mostraban a aquellas  “chicas de vida alegre” como mujeres con una idea empresarial clara: ganar dinero con el sudor de su… cuerpo. Fabricaron un Hollywood español en donde las pretty womans encontraban “protectores” ricos que les ponían un pisito, les compraban un coche y a sus “secretarias” o “sobrinas”… ¡les ponían una mercería! Esa imagen de mujeres frívolas, interesadas y felices fue la catapulta que hizo que la prostitución se normalizara. Y lo hizo de tal manera que cuando los adolescentes empezaban a mirar hacia las piernas y los escotes de las chicas, sus padres los llevaban de la mano a su “bautismo prostibulario”, y los arrojaban en la cama de cualquier mujer que, previo pago, les “ hiciese hombres”. No había evento lúdico y festivo de machos fascistas que no terminase en una “casa de muñecas” o en un club de alterne. Era el deporte patrio machofacho por excelencia. De la prostitución de saldo y callejón no se hacía cine ni televisión… Se hacían redadas por los prostíbulos de baratillo, los puertos y en los “barrios chinos”, para dar ejemplo a los ciudadanos de a pie de conducta intachable y moral cristiana. Pero, tras pagar la multa o no cobrar al  “justiciero” de turno un servicio nocturno, las prostitutas salían de la comisarías y volvían a las calles, a las habitaciones de pensión cutre, a las cabinas de los camiones, a los parques oscuros… volvían. Y cuando a los ricos y poderosos se les hacía demasiado aburrido, demasiado cristiano, demasiado represivo, el sexo con amor del matrimonio, solicitaban los servicios de las “ chicas de vida alegre”, de las chicas monas de los clubs de alterne más exclusivos. Los obreros, el pueblo llano, solicitaban el servicio barato y rápido de las prostitutas de bolso y esquina, las de toda la vida de San Pecado… “ las chicas de vida triste”.

En la actualidad… la prostitución se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos que existen… y en el más inhumano y criminal perpetrado contra la mujer. Chicas de países del tercer mundo son engañadas y transportadas a países del primer mundo para ocupar un puesto de trabajo, que, en realidad, consiste en ejercer la prostitución. Estafadas, secuestradas, esclavizadas, les regalan una deuda por el transporte y los medios que han puesto para traerlas de sus países… que no consiguen finiquitar nunca. Muchas buscan consuelo amamantando a una jeringuilla, a sus pastillas, a su nariz, otras a la botella y tras eso… encuentran pocos aviones para volver a casa. Se transforman en supervivientes que enriquecen a esos “empresarios” que nadie señala, pero todos conocen. Es la prostitución pobre, tenebrosa y húmeda. En el otro extremo, en el lado claro y cálido, está la prostitución de lujo. La autónoma, la elegida, la ejercida por la mujer sin escrúpulos, que busca a un cliente-marido, preferiblemente anciano y muy rico, que le solucione la vida, que la envuelva en lujo, aunque, después de dejarse “querer la piel”, tenga que ir a su lujoso baño a vomitar. Las que  se venden por una jefatura, por un mejor sueldo, por poder y dinero, por rodearse de bellos objetos y por vivir una vida de opulencia. Son envidiadas y ocupan portadas de revista, pasean su glamour por photocalls, algunas se hacen más famosas y ricas que sus “ maridos-compañeros proveedores”. Pero, alguna brecha tiene que haber en sus vidas, algo de su interior se les ha roto en el camino, para anteponer la riqueza a la dignidad y el amor propio… para venderse. Quizá tienen un agujero en el corazón por donde sale el amor para dejar entrar al dinero. Quizá sobre su pecho llevan un cartel de “ se reserva el derecho de admisión” y en la lista solo se permite la entrada a potentados y poderosos: “ enamoramiento selectivo”. Algo les ocurre, sin duda, porque si le preguntas a miles de niñas: “¿qué quieres ser cuando seas mayor? ninguna contestará: “¡ay, yo de mayor quiero ser meretriz!”. No. Y ninguna mujer se levanta un buen día de la cama, se despereza y dice: “¡hoy me apetece ponerme una minifalda, unos tacones, echarme un bolso al hombro e ir a la esquina de enfrente… Hoy me apetece ser prostituta!”. No.

La prostitución femenina de El Principio, de la Edad Media, de la Edad Contemporánea y la actual, tienen de nombre el machismo más execrable y de apellidos la pervivencia del gen neandertal en los homo sapiens. Se ha hecho endémica y no hay cura ni extinción para el “ oficio” más viejo del mundo. Ese “oficio” que la Iglesia le adjudicó

 a Eva, nombrándola primera meretriz… manzanera. Igual que hizo con María de Magdala, a la que disfrazó de alcohólica y prostituta para justificar su querida presencia ante el hijo de Dios, que la perdonó y la Iglesia santificó… Y hasta un tal Sabina le hizo una canción: “Y, si La Magdalena pide un trago, tú la invitas a cien, que yo los pago”. “ Dueña de un corazón, tan cinco estrellas, que, hasta el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella. Y nunca le cobró… La Magdalena”.

María Purificación Nogueira Domínguez.

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