Se ha ido un hombre de Estado- Ernesto Perez Barxa

ADOLFOLAZOSE HA IDO UN HOMBRE DE ESTADO

No quiero abundar, porque sería prolijo, insistir en el papel gigantesco y determinante de Adolfo Suárez en el proceso de normalización de nuestro país en su tránsito a la democracia. Un “concierto” que todo el país ha tocado con relativa armonía, en gran medida gracias a la habilidad y perfecta definición de los movimientos del  director de orquesta.

Desde mi punto de vista, el ingrediente que define su personalidad política, fue la AUTENTICIDAD. Adolfo Suárez era un auténtico demócrata, un auténtico progresista, un auténtico centrista. La estrategia no desdibujaba ni se superponía a los soportes básicos  de su acción de Estado. El “puedo prometer y prometo” es un reflejo de esa autenticidad: Tengo la facultad de hacerlo, y voy a hacerlo. Ello supuso un hito importante para la necesaria  recuperación de su credibilidad mermada por su procedencia del régimen anterior.

Su posición centrista le facilitó la práctica de un diálogo generoso con todos los frentes sociales y políticos. Desde esa posición impulsó el proyecto constitucional con el que hemos convivido durante estos años. Fue un proyecto abarcador que dio cobijo a múltiples sensibilidades ideológicas y territoriales. A partir de este instrumento básico de convivencia, se fueron borrando las fronteras de las dos Españas que, al decir del poeta, helaría el corazón de sus ciudadanos.

Adolfo Suárez no llevaba el Estado en la cabeza, llevaba las líneas maestras del Estado, que eran el constante hilo conductor de su acción política, con un objetivo básico y obsesivo: Crear vías de convivencia. Instalado ideológicamente en el Centro, ello  le facilitaba poseer un sincero sentido de empatía política, de eliminar barreras para el diálogo. Tuvo siempre la decidida voluntad de integración, de canalizar afluentes hacia  espacios comunes.

No olvidemos que todo este revolucionario proyecto lo llevó a cabo en un marco de fuertes tensiones, con las que tuvo que lidiar día a día, hora a hora. Dentro de la lógica política presionaban intensamente los “adversarii”, espacialmente el felipismo-guerrismo, que sentía la urgencia de ponerse al frente del timón de país. Pero sobretodo, tuvo que lidiar con los “inimici”, con las convulsiones internas de su Partido, con sus constantes cortocircuitos. La UCD fue un Partido “ad hoc”, con funciones circunstanciales, sin referencias históricas, y con una estructura interior artificial. Los distintos grupúsculos de origen, estaban excesivamente distanciados, lo que dificultaba asentar las condiciones de una  cohesión minima. Estas tensiones fueron provocando un fuerte sentimiento de desangelamiento, de soledad, que, entre otros motivos, lo condujo a la dimisión como Presidente de Gobierno en enero de 1981.

Personalmente tengo el grato recuerdo del Adolfo Suárez próximo, de su discurso cercano que desgranaba las esencias de sus convicciones políticas. Como contrapunto a la reciente experiencia de la UCD, el CDS quiso ser la arrancada de un proyecto cohesionado, integrado, del que desaparecieron viejas rémoras. Desde un principio quiso evitar actitudes perturbadoras análogas al pasado. Fue un proyecto de ilusión, de incuestionable posicionamento progresista, con ofertas programáticas que intentaban romper viejas inercias. Aunque tenía vocación de proyecto con futuro, circunstancias de distinta naturaleza no permitieron su supervivencia más allá de una década.

A la sombra luctuosa de estos días, cabe una reflexión sobre el momento presente. Hoy echamos de menos a un Tarradellas, y sobre todo echamos de menos la capacidad integradora del diálogo como instrumento básico de la acción política. Las estrategias que benefician los intereses de grupo dominan sobre los intereses de Estado. Consecuentemente somos testigos de un Estado cada día más débil, más limitado en su capacidad de maniobra. En definitiva, echamos de menos una buena dosis de la grandeza de Adolfo Suarez. Descanse en paz.

Acerca de Contraposición

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