María… pertenecía a una familia tradicionalmente noble y rica, desde muchos antepasados atrás. Había sido educada para perpetuar la nobleza y riqueza de sus apellidos, para obedecer, y para ganar. Pero… María había nacido con un gen diferente, y por sus venas corría un extraño Rh+ Libertario… Quería ser lo que se le antojase y vivir de la misma manera. Y le apasionaba la pintura… ¡Era una bohemia!
Manuel… pertenecía a una familia de raza gitana, cuyas costumbres llevaba impresas en sus pupilas desde que recibieron el primer rayo de Luna. Y fue educado; igual que sus bisabuelos, abuelos, padres, tíos y primos, para defender y perpetuar la grandeza de su raza. Pero… Manuel tenía un gen diferente, por sus venas color canela corría un extrañísimo Rh- Etnias. Y quería ir a la universidad. Deseaba ser pintor, escritor y poeta… ¡Era un soñador!
María y Manuel se cruzaron en un caballete de la escuela de Arte, y desde entonces no dejaron de plasmar en sus óleos y lienzos… el matiz del amor.
Pero… un día, hartos de recibir el rechazo de sus respectivas familias, y el de una sociedad que los señalaba con su dedo inquisidoramente clasista, la muchachita rubia de blanquísima pureza aria y el muchachito de oscurisima grandeza gitana… decidieron huir. Y se escondieron en una isla donde no había más nobleza, riqueza, costumbres ni etnias… que sus desnudas pieles. Y se aparearon en una maravillosa conjunción con una Civilización Natural cuya escuela era… la Libertad. Y las aves, los peces, las plantas, la arena de la playa, y el mar… eran sus compañeros de pupitre. Y FUERON FELICES…
¡María, despierta!- dijo su marido. Son las ocho, y a las nueve tienes que estar en el Juzgado.
¡Ya voy!- dijo María, la Señora Jueza.
Al bajar al gran salón de su precioso chalet… María fijó su vista en la lujosamente engalanada mesa de desayuno. Se dejó caer en su silla acolchada, y miró a Oscar, el marido que venía en una caja de regalo, el día de su boda… después de que su familia la separase de Manuel, y la enviase a estudiar al extranjero. A su lado, su hija, tan estirada y rica como su padre y sus antepasados, apretaba su nariz contra una tostada con móvil, en donde atesoraba su inmensa agenda festiva. Mientras, su padre se desayunaba un café, muy frío y sin azúcar, y miraba en su ordenador las sumas de sus muchos logros económicos Aquella mesa era el paradigma puro del derribo… familiar. Al terminar sus visualizaciones, padre e hija se levantaron de la mesa y se fueron a sus respectivos sueños, sin un adiós, sin una sonrisa… sin un beso.
María… recogió su duelo y su portafolios, para ir al Juzgado a afirmar la Justicia… la misma que a ella y a Manuel les habían negado. A ella la casaron con aquel robot de corbatas y trajes monocromáticos, y a Manuel, con una prima de un primo de un cuñado de su padre. Y lo internaron en uno de los puestos de venta de ropa de su familia, la de todos. Y cada noche… cuando se iban a dormir sus seis hijos y su mujer, de preciosa y pura piel canela, rezaba con ellos. Y, seguidamente, en la íntima soledad de su lecho, rezaba a San Morpheo, para que le concediese un sueño con la blanquísima piel de María.
María… salió al jardín y observó lo limpio, brillante y perfecto que era, pero sin un solo hálito de vida. Y… su vista se fijó en sus carísimos Manolo Blahnik, y sus dedos se revolvieron dentro de aquellos zapatos, y gritaron por sentir en la piel… la arena limpia y suave de la isla, que ella y Manuel … nunca habitaron. Y… levantó la vista, miró hacia la ventana de su cuarto… y sonrió, porque quizás aquella noche volvería a los oníricos brazos de Manuel. Les
robaron su vida, pero no… la desobediencia amorosa de sus sueños
Y… a mí, que soy de tinta proletaria, me hubiese gustado escribir: ¡Y COMIERON PERDICES!… Pero no… no lo hicieron, porque no les dejaron… y porque no lucharon.
(*) María Purificación Nogueira Domínguez, escritora