A tenor de lo visto a lo largo de la jornada de ayer, ante la respuesta multitudinaria de las mujeres en lucha, desbordando siglas y movimientos feministas tradicionales, he llegado a la conclusión de que a la sociedad española se le ha agotado la anestesia. Es tal vez precipitado el análisis, pero la reflexión al calor de lo que acontece tiene su valor o cuando menos no es despreciable. En algún momento, viendo las calles atestadas de personas, mayoritariamente mujeres, lo emotivo hizo en el firmante maniobras de aproximación y es probable que en este «monólogo» de la palabra escrita pese más la sentimentalización de las razones que la racionalización de los sentimientos.
Aun así haré un esfuerzo por ser objetivo, dentro de lo que cabe. Primero han sido los pensionistas, quienes han sorprendido a los conspicuos observadores y analistas políticos, no digamos al Gobierno que se enseñoreaba hasta ahora por toda la geografía peninsular e insular enviando cartas a los jubilados con el anuncio del «gran aumento» del 0,25% . Los pensionistas han sido los que antaño han luchado por las libertades y hogaño, de nuevo, salen a la calle para reivindicar las mejoras económicas -están siendo el amortiguador de una larga crisis- pero también la calidad perdida de la democracia. Quien lo iba a decir. Y es que, evidentemente, estamos dando agigantados pasos atrás. Retrocedemos sin fisuras.
El Ejecutivo, herido en su «arrogancia» y demagogia ha empezado a recular y estudia, veremos a ver lo que dice Rajoy próximamente en el Congreso, alguna medida que enfríe los ánimos. No será fácil que lo logre.
Pero, a lo que iba. La ola de la movilización en masa se ha desatado y este tipo de fenómenos suele tener un efecto convocatoria y calar en otros sectores de la sociedad en los que hizo mella el hartazgo. Ahora han cogido el testigo las mujeres, a las que les sobran razones para justificar la jornada de protesta: patriarcado, desigualdades, brecha salarial, violencia machista. Hace unos días, mujeres dirigentes del PP pretendían petardear la jornada contraponiendo la huelga a la japonesa. Luego han recurrido al donde dije digo y Mariano Rajoy, viendo lo que se venía encima, acabó por salir al paso desautorizándolas y poniéndose el lazo morado. También la histórica jornada feminista les ha pillado con el paso cambiado.
Vemos, pues, que el «tsunami» social no hizo más que empezar y es probable que se active más o menos pronto en otras capas sociales. La España trabajadora, de las clases medias, de los autónomos desde hace tiempo pide a gritos, nunca mejor dicho, un cambio y una vez más va a tener que ser la sociedad la que pegue un puñetazo en la mesa.
Desde luego, todo apunta a que la anestesia se agotó y hasta la pluma del que suscribe, hasta ahora muy apelmazada y alicaída debido a la desmoralización que provocan un día y otro las cenagosas y repugnantes aguas de corrupción que nos ahogan, las puertas giratorias que subvierten el sentido noble de la política, la Justicia que está herida de ala, la inexistente separación de poderes, la precariedad laboral…digo que hasta mi «animus scribendi» al ver que el pueblo desentierra el «hacha de guerra» ha sacudido la pereza y parece sentirse reconfortado.
*Germán Castro, periodista.