¡Sueños! —esta noche—
llenaron mi alma,
de besos añorados
de ternura anhelada…
Y en la noche callada
como ave torva
habló el silencio
—¡sublime canto!—
Sacrosanto himno
— cálido mensaje—
Nacido de la noche
fenecido al alba…
Esta noche he tenido un sueño… como cada noche cuando cierro los ojos y en la oscuridad, tímidamente busco la caricia de una mano nunca tocada, el tibio calor de un cuerpo nunca conocido, no por ello menos anhelado… el encuentro de la luz en la sonrisa de unos ojos que nunca me miraron —aunque me hayan visto— ¡Lo insignificante de la existencia!… el alma escucha las palabras que susurra el corazón: un secreto celosamente guardado, el amor nacido en los silencios de noches sin fin… amaneceres de magia, fuego que empuja las sombras y purifica el alma del pecado de la soledad.
Sueños! Sueños sin destinatario, de abrazos a la nada, de besos que se diluyen en la niebla sin encontrar otros labios…palabras esparcidas por el viento sin oídos que las escuchen… percepción espiritual de un presente que no existe y de futuro escrito en pergamino de vaho… aliento en la bruma licuado en la nada.
Y solo fue un sueño… una quimera que no puede olvidar lo que nunca fue. Recordar, aunque roce lo absurdo y, cuando se es consciente de cuánto nos puede privar la vida… ¡Llorar! Llorar por no haber conocido lo soñado… por no haber podido amar, por no haber podido querer… por no haber podido sentir…
Amar, querer, sentir… verbos sin pretéritos para conjugar…
Se aguarda lo que nunca llega y se huye del espanto de la soledad en el laberinto del infortunio…
Y una noche se rompen las cadenas y la mente vuela en busca de otro paisaje, otra belleza… otro amanecer, otro crepúsculo… otras emociones donde las sinuosas ondulaciones del horizonte gritan: ¡Ven!
Es el sueño de lo inalcanzable… Estaba escrito y el destino borró la magia con el alba y se deshizo el hechizo, el enigma… y no encontró una explicación ni una clave para desentrañar el misterio de los sueños…
Adormecida entre las densas nieblas como crisálida abandonada que nunca tuvo alas para levantar el vuelo.
Enturbiado el viento que empuja la nube torva… El velado abismo sembró en su alma —como cadavérico fantasma— el despojo de su amor perdido en la memoria, atrapado, ¡ya!, en el ataúd mortuorio de una siniestra urna que contiene lo que fue su vida y que abrazaba la muerte…
Diluyéndose en las olas del mar
Donde —en tropel— se ahogan los sueños
Y el abismo engulle la pena
Y el prodigio de la vida
En los pozos del olvido.
*Dalia Koira Cornide es licenciada en Pedagogía.