La calidad de la política actual, es producto de nuestra transición a la democracia… El balance se oscurece al estancarse su progresión, e incluso en algunos casos recuperar visajes o talantes propios de otros tiempos. Un anquilosamiento que podría conducirla a una situación agónica.
“El desencanto” es algo que se acuñó en la transición por fuentes interesadas en hacer ver que la democracia no era el camino. Hoy el desencanto es algo que sobrenada la escena mostrando de forma descarnada, desconfianza en sus actores. Algo que de forma malévola vuelve a querer extenderse a la política como actividad en clave democrática. No es gratuito el ánimo desde ámbitos caracterizados en impulsar una tenebrosa espiral donde a la par que se canaliza ese descontento con los actores, se sume al mismo el ejercicio de la política con ánimo perverso de inducir a la ciudadanía hacia soluciones propias del primer tercio del siglo XX, despreciando los valores democráticos..
Todo ello al amparo del indignado sarpullido que produce la menguante capacidad adquisitiva, la corrupción incontrolada, la impunidad de los delincuentes económicos, la falta de oportunidades para ambos extremos de la franja laboral, los vacuos debates pantalla que soslayan la realidad, o esas nubes susceptibles de ser nubarrones que revoletean el panorama económico…El horizonte puede conjurarse en una funesta “conjunción astral” (que diría alguna ex -ministra), para hacer más aciaga la escena.
George Soros, cerebro financiero y especulativo, una de las mayores fortunas del mundo y personaje como mínimo inquietante, manifiesta rotundo, “Este es un momento muy doloroso de la historia. Las sociedades abiertas están en crisis y varias formas de sociedades cerradas -desde dictaduras fascistas a estados mafiosos- está en ascenso”
Los efectos de la globalización, marco en el que forma indefectible como país hemos de jugar, polariza los beneficios al servicio de unos pocos, incrementando barreras económicas infranqueables entre sectores de la ciudadanía de los estados y entre estos, alejando la posibilidad de convergencia entre países ricos y pobres. La globalización en la versión que conocemos, engendra pésimas prácticas de equidad y redistribución.
Con ello se facilita el camino a quienes del deterioro de la democracia hacen objetivo para domesticar el cuerpo social. Procesos como la caída del muro y con él, el del comunismo como bloque, dio un desparpajo absoluto a un capitalismo que se vio liberado de someterse a cualquier mínima continencia. El dilema actual que se plantea es si la democracia regula el capitalismo, o es este quien regula la democracia convirtiéndola en simple apéndice de sus desafueros o cómplice obligado. El ultra -liberalismo con sus tentáculos fuera de control, cerca y reduce la democracia de forma creciente…La asfixia como factor de libertades y encuentro. Como un eco lejano, de ultratumba, pero profético, se escucha la voz enronquecida del viejo D. Santiago Carrillo, advirtiendo con alarma hija de su larga experiencia…“El capitalismo puede llegar a destruir a la especie humana”.
Es difícil no encontrar afinidad entre la severa advertencia del diputado Jaume Carner, (ministro de Hacienda en el gabinete del Sr. Azaña durante la República), y el momento actual de capitalismo desbocado, ligero de regulación, en orden a fijar los riesgos. El Sr. Carner alerta al Congreso de los Diputados en relación al llamado “último pirata del Mediterráneo”, (el multimillonario Juan March) : «El caso March es muy serio, tanto, que debo deciros, señores diputados, que la República deberá afrontarlo resueltamente y resolverlo. O la República somete a March o él somete a la República»…
La historia nos cuenta el resto…Y si no se desea repetirla en una versión edulcorada en lo formal, pero cruenta en la práctica solo cabe construir una democracia en la que sociedad se reconozca y se sienta reflejada.
*Antonio Campos Romay ha sido diputado en el Parlamento de Galicia