“La soledad es noche con los ojos abiertos
esbozo de futuro que escondió la memoria
desazones de héroe encerrado en su pánico
y en sentido de culpa, jubilado de olvido”
Mario Benedetti
Quisiera escribir la carta más bella del mundo, la poesía más hermosa, el texto más conmovedor… y nunca fue posible, ¡soledad! Me gustaría ignorar tu nombre, mas… tampoco fue posible; aprendí a soñar en tálamo vacío, a estar sola, a querer, a olvidar… a volver a soñar en el tiempo, en la vida, en la muerte… ; aprendí a vivir en un mundo que no entiendo, con la incoherencia de mis actos, con la fatalidad del destino, con la conspiración del deseo, con la ambigüedad de los acontecimientos… y, misteriosamente, surge de la nada un sentimiento en un cuerpo que no ‘piensa’, en un corazón que no ‘razona’, en un cerebro que no ‘coordina’…
Te quiero decir, soledad, todo aquello que se siente en cada momento de la vida —únicos e irrepetibles—, como cada puesta de sol nunca es igual a la anterior, como avanza la ola sobre la arena y nunca igual a la siguiente… Alguna vez lo he intentado —puede que muchas—, pero las ideas se desvanecen en ese crepúsculo incierto donde las palabras se ahogan como a un náufrago todos sus enseres y cuando intenta recoger los despojos a la deriva ya no existe cohesión alguna a lo que un momento antes gestaba la mente y sentía el alma. No sé si es la circunstancia, el miedo que oprime, el temor que subyuga… Hace tiempo… tanto tiempo hace que aguardo desde el estrado del palacio de tu tiempo la cuenta atrás, ¡soledad!, que cada noche te abrazo como si fuera la última vez.
Pasa el día y llega la noche y tú. Como ningún otro amigo tan fiel, estás conmigo, enfática, hierática… rígida e inexpresiva como una escultura de la Grecia Arcaica. No existe magia en la mirada solo vacío en la palabra. Eres mi juez y mi verdugo. No puedes darme paz ni sosiego ni yo encontrar puedo el valor necesario para romper las cadenas que te sujetan a mi destino. Recurrí a tu quietud y a tu mordaz silencio que lentamente fue lacerando mi alma y matando los sueños. Vienes y vas como las ráfagas de viento, como las olas del mar para depositar en mi lecho el árido silencio del desierto, espacio noctámbulo donde el destino se antoja una difracción de luz.
Te adueñaste de mi tristeza como la oscuridad de la luminiscencia de farolas callejeras. Unos dan lo que tienen en el corazón, otros reciben con el corazón que tienen. Fue una promesa de sosiego, paz y armonía oculta en acción perversa y cuando fui consciente de tu perfidia ya estabas en mí y yo estaba en ti sumida en mis miedos y embriagada de los pérfidos néctares de tu generosidad letal.
¡Oh, soledad!, me has brindado diferentes vicios, para dicha mía y desgracia tuya no he sucumbido a tu alevoso altruismo y aquí sigo, en este camino que llaman vida, entre tu tenebrosidad y las luces y las sombras de mi caminar.
Soledad, migrante nómada de corazones desvalidos, vistes a grandes y a chicos, matas querer, amor y ternura… y sigues ahí con tu sonrisa macabra celebrando tus victorias y mis derrotas. Así el la vida, soledad, dueña de mis días, de mi casa, de mi mesa, de mi despacho, de mi cama… y te veo cada noche hacer malabares con mis sueños, trocarlos en vibrantes pesadillas, robándome el descanso, la sonrisa, la magia…
A esta hora, una noche de cualquier día, de cualquier mes, de cualquier año… me declaro culpable de todo aquello que debía haber hecho y no hice, de todo lo que la amaurosis no permitió que viera, de la palabra que callé, de la sonrisa que omití, de la queja que no expresé, de la amistad que perdí, del amor que no viví… y de todas las cosas que soñé y no sucedieron, de vivir en lugares equivocados, de no llegar a tiempo a los compromisos con el destino…
¡Oh, soledad!, no encontré florecida la primavera ni la tierra prometida, lo que es encontrar… nada encontré y todo lo que tengo no es comparable a todo aquello que me falta…
*Dalia Coira Cornide es Licenciada en Pedagogía.